«SERVIR»
«… pues quiero preparar platos variados, una modesta comida que te alegre, cuando cansado, y aún así con una sonrisa, regreses a mis aposentos en penumbra. ¿Por qué me censuráis? ¿Por qué os burláis de mí? ¿Porque mi mundo es chato, con pocos pasos que dar en un cuadrado, entre muros estrechos, repleto de cosas baladíes, sin gloria, de insignificantes quehaceres, colmado con el entrechochar de las escudillas, el borboteo de los pucheros, los desagradables vahos de las grasas que transpiran, de la leche que rebosa? ¿Porque alzo panzudos botes de harina, abro cajitas de especias, rallo la nuez moscada, peso hierbas, exprimo el zumo de los limones en copa de cristal, bato las yemas amarillo dorado en el cuenco azul ..? Si, ¿Acaso sabéis lo que el molinillo turco de cobre vio en Sarajevo, y en Eger, Bohemia, mi jarra, resplandeciente, roja y con manchas blancas como la amanita muscaria del bosque? ¿Sabéis que para mí grandes barcos que sueltan un humo negro surcan los mares, que se arrastran con cargamentos de todas las costas, que cuando las semillas pálidas corren entre mis dedos, me miran los plácidos rostros de los hombres de Rangún o canta el semblante más oscuro del negro que cosecha en los campos de arroz de Carolina del Sur? ¿Que del cofrecillo de madera del té surge, invisible, una india con alhajas de plata, entre el ondear y tremolar de sus vestidos de color ocre y terracota? Con el picor de la cebolla me llega el eco de las potentes voces de los campesinos búlgaros. Y yo pregunto a las gotas que manan espesas si no las provocó el olivo de mi lejana patria perdida ¡Aha, soleada pradera, con la que desborda mi estrecha y medrosa cocina, con el cinturón de viboreras, de aquileas, de cebadilla, de escabiosas, con las vacas a manchas que pacen tranquilas, las rítmicas sacudidas de sus rabos como borlas, Ah!, cenefa castaño dorada que entretejen el rojo de la amapola y el azul de la flor del trigo, que exhala la calma del mediodía y el cálido aroma del futuro pan! Cuando eché unas migas en la mantequilla caliente, rizada, la sartén ennegrecida aún transmitió el golpear de mil martillos en las venas de la tierra, en el crepitar aún silbó furibundo el hierro martirizado, al que, arrebatado a la madre, violentado en los hornos se le obligó a tomar forma. Cuando mi cuchara, tallada por mano experta, probó la sopa humeante, sobre el humilde tejado creció de nuevo una rama de tilo, en flor, rodeado por coros de abejas.Viene mi amigo y come. Mira, todas las criaturas estaban a mi servicio, para que yo sirviese al único. El amor, hoy como ayer, puso la mesa.