UN POEMA DE GERTRUD KOLMAR

 

«SERVIR»

«… pues quiero preparar platos variados, una modesta comida
que te alegre,
cuando cansado,  y aún así con una sonrisa, regreses
a mis aposentos en penumbra.
¿Por qué me censuráis?
¿Por qué os burláis de mí?
¿Porque mi mundo es chato, con pocos pasos que dar
en un cuadrado, entre muros estrechos,
repleto de cosas baladíes, sin gloria, de insignificantes quehaceres,
colmado con el entrechochar de las escudillas, el borboteo
de los pucheros, los desagradables vahos de las grasas
que transpiran, de la leche que rebosa?
¿Porque alzo panzudos botes de harina, abro cajitas
de especias, rallo la nuez moscada,
peso hierbas, exprimo el zumo de los limones en copa
de cristal, bato las yemas amarillo dorado en el cuenco azul ..?
Si,
¿Acaso sabéis lo que el molinillo turco de cobre vio
en Sarajevo,
y en Eger, Bohemia, mi jarra, resplandeciente, roja
y con manchas blancas como la amanita muscaria
del bosque?
¿Sabéis
que para mí grandes barcos que sueltan un humo negro
surcan los mares, que se arrastran con
cargamentos de todas las costas,
que cuando las semillas pálidas corren entre mis dedos, me
miran los plácidos rostros de los hombres de Rangún
o canta el semblante más oscuro del negro que cosecha
en los campos de arroz de Carolina del Sur?
¿Que del cofrecillo de madera del té surge, invisible, una india
con alhajas de plata, entre el ondear y tremolar de sus vestidos
de color ocre y terracota?
Con el picor de la cebolla me llega el eco de las potentes voces
de los campesinos búlgaros.
Y yo pregunto a las gotas que manan espesas si no las provocó
el olivo de mi lejana patria perdida
¡Aha, soleada pradera, con la que desborda mi estrecha
y medrosa cocina,
con el cinturón de viboreras, de aquileas, de cebadilla,
de escabiosas,
con las vacas a manchas que pacen tranquilas, las
rítmicas sacudidas de sus rabos como borlas,
Ah!, cenefa castaño dorada que entretejen el rojo de la
amapola y el azul de la flor del trigo,
que exhala la calma del mediodía y el cálido aroma
del futuro pan!
Cuando eché unas migas en la mantequilla caliente, rizada,
la sartén ennegrecida aún transmitió el golpear
de mil martillos en las venas de la tierra,
en el crepitar aún silbó furibundo el hierro martirizado,
al que, arrebatado a la madre, violentado en los hornos
se le obligó a tomar forma.
Cuando mi cuchara, tallada por mano experta, probó
la sopa humeante,
sobre el humilde tejado creció de nuevo una rama de tilo,
en flor, rodeado por coros de abejas.

Viene mi amigo y come.
Mira, todas las criaturas estaban a mi servicio, para que yo
sirviese al único.
El amor, hoy como ayer, puso la mesa.

 

(Gertrud Kolmar murió en 1943 en Auschwitz.
Este poema pertenece a su libro «Mundos» publicado en 1937.)
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