Hermann Hesse, invidualista, romántico, pacifista convencido, rechaza las motivaciones de Alemania en la I Guerra Mundial, así como la República de Weimar que según él, «solo pretendía dominar el espíritu alemán», y en 1921 se exilia voluntariamente a Suiza. Esta oposición continuaría frente al Gobierno Nazi y la II Guerra Mudial.
Thomas Mann, que se consideraba a sí mismo más un «intelectual» en el sentido estricto de la palabra, apoyó la República de Weimar en un principio, esperando de ella una resurrección de la patria alemana Más tarde, profundamente decepcionado, se unió a Hesse en sus críticas a las ideas políticas que se iban abriendo paso en su país. Con la ascensión de Hitler al poder se opuso frontalmente al nuevo régimen, y se expatrió voluntariamente, renunciando a su nacionalidad, viviendo como un exiliado en varios países.
Este libro recoge la correspondencia de una respetuosa amistad en aquellos agitados años llenos de incertidumbre:
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Chicago, 2 de enero de 1941
Querido Hermann Hesse:
«….. Ha transcurrido mucho tiempo y hemos aprendido a considerar el episodio como algo de otra época; sin embargo, también hemos vivido, trabajado y luchado y, a la pregunta por Suiza va unida desde luego, la de si algún día volveremos a verla, a ella y a Europa. Sabe Dios si las energías vitales y la capacidad de resistencia habrán de permitírnoslo. Me temo -si «temer» es la palabra adecuada- que será un proceso largo y difícil el que ahora se ha puesto en marcha, y que cuando las aguas se retiren quedará una Europa tan irreconocible que apenas podremos hablar, aunque físicamente sea posible, de retorno a la patria. Por lo demás, es casi seguro que este continente, que aún sueña en parte con el aislamiento y la conservación de su «way of life» se verá envuelto muy pronto en el mecanismo de los cambios y transformaciones ¿Cómo podría ser de otro modo? Todos formamos un solo cuerpo y no estamos tan alejados unos de otros como parece; cosa que, por otro lado, no deja de ser un consuelo y un estímulo».
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Su Thomas Mann
Montagnola, 8 de Mayo de 1945
Querido Sr. Thomas Mann:
Hac unos días llegó su carta, que me trajo noticias suyas y me informó sobre su lectura de «El Juego de Abalorios». Todo ello me alegró muchísimo, y en especial sus comentarios a la dimensión festiva del libro …Parece que la productividad se mantiene más viva en usted que en mí: hace 4 años que no escribo nada, aparte de unos cuantos versos, pero estoy muy contento de haber concluído la vida de Josef Knecht antes de que las fuerzas me abandonen. Por lo demás, el manuscrito estuvo retenido medio año en Berlín, pues me había hecho el propósito de respetar mis obligaciones para con el fiel Suhrkamp (1). Éste pasó mucho tiempo en las prisiones de la Gestapo, y por último fue a recalar, totalmente agotado, en un hospital de Postdam que fue bombardeado al poco tiempo, de modo que ignoro si el leal amigo sigue con vida. Sin embargo, los ministerios de Berlín calificaron de «indeseable» la aparición de mi libro, que de ese modo permaneció ignorado hasta ahora por el gran público, exceptuando a unos cuantos lectores aislados en Suiza. Sobre la «politización del espíritu» no tenemos, según parece, opiniones muy distintas. Cuando el intelectual se siente obligado a participar en la vida política, cuando el curso de la historia lo destina a ello, tiene -en opinión de Knecht y en la mía propia- que obedecer irremisiblemente. Ha de oponerse, en cambio, tan pronto sea llamado o presionado por una fuerza externa, por el Estado, algún grupo de generales o quienes detenten el poder, como ocurrió por ejemplo en el año 1914, cuando la élite de los intelectuales alemanes fue, en cierto modo, obligada a firmar manifiestos falaces y absurdos….»
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Le retorno cordialmente sus buenos deseos. Lo saluda con la amistad de siempre, su
H. Hesse
Pacific Palisades, 8 Febrero 1947
Querido señor Hesse:
«…. Pues bien, tampoco me ha ocurrido a mí, si establecemos la diferencia entre opiniones y principios según las palabras de Goethe: <cambió repetidas veces de opinión, pero nunca de principios>. Lo que dice usted ahora sobre la Primera Guerra Mundial lo hubiera yo aprobado, o mejor dicho también lo aprobé entonces estusiásticamente; pero el pacifismo de los literatos políticos, expresionistas y activistas de entonces me crispaba los nervios tanto como la propaganda virtuosa, entre jacobina y puritana, de las potencias de la «entente», por lo que defendí un germanismo de cuño protestante y romántico, apolítico y antipolítico, que consideraba como mi fundamento vital. Desde entonces, y en el curso de los últimos 30 años, he cambiado radicalmente de opinión, sin provocar por ello ninguna ruptura o solución de continuidad en mi existencia. Con el pacifismo, en cambio, el problema se plantea a un nivel muy especial: no en cualquier circunstancia parece representar la verdad.
Le guardo además una eterna gratitud a Roosevelt por haber hecho intervenir a su país en un momento decisivo de la contienda; él, un innato y consciente rival del «infame». Cuando abandoné por primera vez la Casa Blanca, supe que Hitler esta perdido.
Lo cierto es que toda guerra, incluso la que postula la causa de la humanidad, deja tras de sí una ingente secuela de inmundicias, desmoralización y embrutecimiento. Necesaria y perniciosa: he aquí otra de las «antinomias» de este valle de lágrimas»
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Su Thomas Mann
Sils Maria, 13 de agosto de 1955
Con profundo pesar me despido aquí de Thomas Mann, del amigo querido y gran compañero, del maestro de la prosa alemana, de un hombre a quien pese a todos los honores y éxitos muchos desconocieron. Toda la ternura, fidelidad, responsabilidad y capacidad de amar que se ocultaban bajo su ironía y virtuosismo -cualidades totalmente incomprendidas por el gran público alemán durante decenios-, habrán de mantener vivos su obra y su memoria mucho más allá de nuestra confusa época.
Hermann Hesse
(1) Editor con el que Hesse había trabajado.