Este western, dirigido por George Stevens y estrenado en 1953, reúne todas las características del género pero es mucho más que eso.
La historia es sencilla, los personajes ingenuos, pero tan llenos de humanidad, tan verosímiles, que a pesar de enmarcarse en la historia convencional de los pioneros, se aleja de ella prodigiosamente. Es una pequeña epopeya épica, dónde Shane, el pistolero envidia la vida de los colonos, pobres y desharrapados, luchando contra la dureza de la tierra y los abusos de los ganaderos, pero llenos de fe en sus convicciones, seguros del camino elegido. Para ser aceptado por ellos, les ofrece lo único que tiene, su pistola y él mismo. El niño, con su cándidez infantil, es casi el protagonista del drama que se desarrolla ante él.
La desnuda sinceridad que se desprende de «Raices Profundas» hace parecer artificiosas las producciones que vendrían posteriormente, un Oeste de campesinos mucho más acomodados, hoteles y salones.
Rodada en territorios cercanos a Yellowstone, la belleza virgen de las tierras, el colorido extraordinario, son parte de la trama. La historia, a pesar de su belleza, pudiera defraudar en cierta manera al espectador actual, tan acostumbrado a tramas retorcidas y artificiosas, no obstante creo que captarán el encanto y la intensidad que desprende.