Hay ciudades que miman su identidad, cuidan amorosamente de aquellos lugares que le confieren personalidad o simplemente calidez: comercios antiguos, pequeños cafés, plazas con solera. Madrid, en cambio se parece a esas personas «fuertes», con una buena salud que malbaratan y derrochan, haciendo toda clase de excesos, confiando en que siempre serán ellos mismos; hasta ahora sigue conservando esa energía vibrante que parece ser su seña de identidad pero no debería desdeñar todas estos pequeños, preciosos lugares.
Pienso en todos aquellos sitios que han desaparecido en los últimos 20 años, dejando cada vez un poquito más desposeida de alma a la ciudad. Por ejemplo, la Fábrica de Cholocates El Indio.
Esta Fábrica se había fundado hacía más de 150 años. Estaba en la calle de la Luna, detrás de la Gran Vía. El interior, tal y como se ve en la fotografía, era de maderas pulidas, antiguas vitrinas decoradas, con cajitas de té y recipientes de porcelana antigua, una balanza antigua de pesas y, en la parte superior, aunque no se aprecia en la imagen, había un friso pintado con escenas de antiguos barcos procedentes de las Colonias surcando mares azules.
La tienda donde se despachaba al público estaba separada por una especie de mampara de vidrio de la fábrica, dónde había un molino para moler las nueces de cacao, que tenía la figura de un indio de tamaño natural, tal como se ve en la cajita de té, muy deteriorada. A su lado había sacos con las nueces del cacao.
Los chocolates y otras exquisiteces eran, por supuesto, artesanales y a precios asequibles.
Un día que entré a comprar estuve hablando con las dueñas, que atendían al público, dos señoras descendientes de los fundadores de la Fábrica. Me comentaron con pena que ya no podrían atender el negocio mucho más, posiblemente se jubilarían, y que aunque habían intentado algún tipo de ayuda por parte de la Administración para evitar su cierre e incluso ofrecido el local para que quedase como pequeño museo, no habían obtenido respuesta. Tampoco recuerdo ningún movimiento vecinal o ciudadano para salvarlo de su desaparición.
Parece que lo más que lograron es que el molino con la talla del indio fuese llevado a uno de tantos Museos de la ciudad, dónde seguramente se sentirá tremendamente solo, echando de menos la tienda toda, que era una pequeña joya.
Hola Lydia, yo he conocido la fábrica de chocolates «El Indio». Trabajaba en el Banco
Atlántico de Gran Vía (también desaparecido, el del barquito) y solía comprar pequeñas
figuras de chocolate para mis hijos. Nunca he olvidado el olor a cacao y madera encerada que te transportaba a otra dimensión más humana. Me acuerdo de las viejecitas y de su
pesar por no tener familia que se hiciera cargo del negocio y también recuerdo el día que
lo cerraron. Fue una gran pérdida.
Siempre me han dado envidia los ingleses por su capacidad de conservar las cosas, siempre me he preguntado este afan nuestro por demolerlo todo, por sustituir una maravillosamesa tocinera por una de formica, si, me da mucha pena que desaparezcan esas joyas insustituibles. Yo no he tenido la suerte de conocer «el indio» pero ahora que estoy investigando sobre todo lo relacionado con el chocolate, me encantaria haber podido visitar esa tienda maravillosa.
Por favor no tiremos a la basura nuestra historia, conservemos nuestras obras maravillosas que no solo son cuadros o monumentos, tambien lo puede ser un mostrador de una chocolateria.
Yo también la conocí y era preciosa, ahora está en el Museo del Traje. Fue una pena la falta de interés por conservarla, al igual que otros muchos lugares que han existido en Madrid y se ha consentido que desaparecieran
Todavía tengo en el alma ese fantástico olor. El maestro chocolatero era hermano de las dos amables señoras. Allí no se podía ir con prisa. Más que una compra era una visita. Mi abuela conversaba mientras yo tenía el «honor» de traspasar la mampara de madera y cristal que separaba esos dos mundos. Veía girar, emocionado, aquellos enormes cilindros mágicos, con su zumbido particular, presididos por la figura del indio. Lo estoy viendo aún y hace ya cincuenta años …
Gracias por tan buen artículo. Las dos señoras de las que hacen mención fueron Josefa y María Ruiz de Diego, hijas de Pablo Ruiz Santa María y María de Diego Ruiz, esta última hija de Cipriano De Diego Díaz y María Ruiz Díaz, ambos nacidos en Escalada-Burgos (María Ruiz Díaz fue hermana de mi bisabuelo Jorge Ruiz Díaz). A la muerte de Cipriano, su hijo político, Pablo Ruiz Santa María asumió la administración del negocio y posteriormente, este último dejó en propiedad del mismo a sus hijos. La administración estuvo a caro e Francisco, hermano de ambas señoras (Josefa y María). Francisco no fue el Maestro chocolatero, sino más bien el estuvo a cargo de la administración financiera, sin ningún interés en preservar el negocio. El último maestro chocolatero fue José María Pinaqui que en 1939, con 14 años edad, entró a trabajar hasta que cerró el negocio.
En 1994 el negocio cerró definitivamente, y fue vendido al Museo Nacional de Antropología, quienes recordando los establecimientos tradicionales de Madrid, puso en exhibición el molino y el mobiliario tal como se veía mientas este funcionó.