Una mirada filial, sentida y llena de lirismo, sobre ese otro mundo al que, a veces, huye la mente de los seres queridos:
Una tarde de hace mil años nos hicimos una promesa,
la primera en partir, escribiría al llegar al destino.
Después tu memoria se encogió y se escondió en un rincón oscuro.
Se sacudió antes de ocultarse y se olvidó de que existía.
Tus recuerdos caían al suelo en grandes montones, arrugados.
Yo los iba rescatando y los volvía a prender a tu presencia.
Te llené de alfileres de color azul y pinzas suaves de ternura.
A pesar de los mimos y cuidados, éstos se secaron y desaparecieron.
El tiempo, cruel, te empujó al momento de la separación.
Quedó ese instante forrado de lágrimas, de adioses y congoja.
Por más que te sujeté escapaste de mis manos, lejos, muy lejos.
Intuyo que donde estás has estrenado memoria y te acuerdas de mí.
Todas las noches pongo un buzón en cada sueño, esperando tu misiva.
Sé que cumplirás tu promesa.