Una historia en la que el cine homenajea al teatro, recreando las circunstancias que rodean a una representación del Rey Lear en un teatro de provincias de Inglaterra durante la II Guerra Mundial.
La compañía está dirigida por su veteranísimo primer actor ya en el ocaso de su carrera, histriónico y egocéntrico. A causa de la guerra, sus actores habituales han sido llamados a filas y para sustituirlos sólo cuenta con sustitutos añosos o rechazados por el ejército.
Su decadencia física, la guerra, todo le abruma. Su apoyo más firme es su ayudante; le cuida, le ayuda a cambiarse, a maquillarse, a descansar, se preocupa constantemente por los mil problemas que van surgiendo llevado de su amor a la escena. Esta relación no es correspondida: un gran actor considera natural la pleitesía hacia él, no guarda ningún miramiento hacia esa sombra, llena de humildad, afeminado y sensible que soporta todos los chaparrones.
Los paralelismos del actor con el rey Lear al que está representando, lo que va sucediendo simultáneamente entre bastidores: los celos artísticos, la ambición, las rivalidades … y todo ello impregnado de una luz rojiza, o semioscuridad -años cuarenta, teatro de provincias- que le confiere una sugestiva intensidad.
Toda la historia rezuma amor al teatro, a la esencia de la interpretación, alegoría y metáfora del mundo, tal como expresa el actor en un parlamento al final de la obra:
«Vivimos tiempos peligroso, nuestra civilización está bajo la amenaza de las fuerzas del mal y nosotros humildes actores hacemos lo que podemos para luchar como soldados en el lado bueno de la gran batalla».
Magistrales interpretaciones de Albert Finney y Tom Courtenay, bajo la dirección de Peter Yates en un film memorable.