LEONARDO DA VINCI, el dibujo en estado puro.

 

Leonardo, ese genio enigmático que apenas hablaba de sí mismo en sus escritos y del cuál sabemos algo más gracias a su contemporáneo Vasari, que escribió su biografía.

Leonardo era el paradigma del perfeccionista. Tras sus múltiples dibujos, esbozos y bosquejos, tan espóntaneos, subyacía una férrea preparación que luego daría paso a pinturas y esculturas que significarían una revolución en en el arte. Hay un antes y un después de él. Así lo reconocieron sus coetaneos, incluso sus enemigos y rivales.

En su Trattato sobre la técnica pictórica escribiría:

«El verdadero encanto de la sombra y de la luz se encuentra en los rostros de quienes están sentados a la puerta de una casa a oscuras. El que mira ve la parte del rostro que está en sombra, perdido en la oscuridad de la casa, mientras que la otra parte, iluminada, recibe su luz del esplendor del cielo. El rostro gana grandemente en relieve y en belleza por esta intensificación de la luz y de la sombra» (Libro de Kenneth Clark)

Ese sfumatto, el maravilloso juego de luces y sombras que caracterizaba su pintura ya podemos apreciarlo en dibujos tan bellos como estos:

«Deberás en tus paseos observar y considerar los lugares y los actos de los hombres cuando hablan, disputan, ríen y pelean entre sí» …….»Anota éstos con breves trazos, como aquí se muestra, en un pequeño cuaderno que siempre has de llevar contigo» (K. Clark)

«Sus primeros críticos nos dicen que era un solitario, elegante y tranquilamente consciente de su superioridad sobre el hombre normal. Debemos acercarnos con mucha precaución a un ave tan huidiza. Puede considerarse verídica la narración de Vasari, según la cual Leonardo «alquilaba músicos que continuamente tocaban, cantaban y le hacían reir, para alejar la melancolía que los pintores tienden a infundir en sus retratos». (Kenneth Clark)

«Recordemos también el paisaje del Trattato en que Leonardo dice que el rostro manifiesta su mejor expresión cuando es contemplado al atardecer y con tiempo tormentoso. En esta huída de la fuerte luz solar vemos nuevamente el sentimiento anticlásico y pudieramos decir que antimediterráneo de Leonardo» (Kenneth Clark)

El encargo para realizar La batalla de Anghiari, una de sus grandes obras, lo recibió gracias a su amistad con Maquiavelo.

He aquí la descripción que hizo Leonardo de esta obra:

«El humo que se mezcla con el aire polvoriento se asemejará cuanto más se eleve, a una oscura nube, y en lo alto, más distintamente se verá el humo que el polvo: el humo tomará un color azulado y el polvo tirará a su propio color»

El cartón de Burlington House es, -según la opinión unánime de los críticos- una de las obras más bellas de Leonardo. Dice Berenson: «Hay algo auténticamente griego en el humanismo amable de los ideales que el artista encarna en esta obra, y no es menos griega la ornamentación. Dificilmente se encuentran figuras vestidas delineadas de forma más plástica, si no es en la Antigüedad clásica, en las figuras femeninas perfectamente agrupadas  en el frontón del Partenón» (K. Clark)

A propósito de este cartón, cuenta Vasari:

«Leonardo hizo finalmente un cartón en que se veía a nuestra Señora, Santa Ana y Cristo, que no solo maravillaba a los artistas, sino que, cuando estuvo terminado, hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, fueron pasando durante dos días por el lugar donde se hallaba expuesto, como si se tratase de un festival solemne. Y todos quedaban extasiados ante su perfección» (K. Clark)

Y, como colofón, qué mejor representación de sus bocetos que su autorretrato. Leonardo, en sus últimos años, nos mira a través de unos ojos y un rostro ya cansados pero aún asombrosamente dotados de una poderosa fuerza que parecen examinar al espectador y, a la vez, intentar transmitirle algo insondable:

(Parte del texto reproducido del libro «Leonardo da Vinci». Kenneth Clark)
(Imágenes del libro «Leonardo da Vinci» de Frank Zöllner)
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