Rainer M. Rilke (Praga. 1875-1926), dentro de una extensa obra lírica compuso unos poemas «de amor a dios» y por ende a la naturaleza y al universo, imitando los libros de horas o devocionarios medievales, y pareciera evocar aquel mundo arcaico que nos mostraban en sus miniados, y no obstante con un hondo sentido extrañamente actual.
Estuve con los monjes más antiguos, pintores, forjadores de mitos, que escribían historias en calma y dibujaban las runas de la gloria. Y te veo en mi rostro, con vientos, bosques y aguas, zumbando al borde la cristiandad, tú, tierra no alumbrable.
Quiero contarte quiero mirarte y describirte, no como esmalte y oro, sólo con tinta de corteza de manzano; tampoco puedo atarte con perlas a las hojas, y la imagen más trémula que me hallan mis sentidos, ya abrumaría, ciega, con tu sencillo ser.
Porque tú eres el suelo. Son para tí los tiempos como verano sólo, y piensas en lo próximos igual que en los remotos, y aunque hayan aprendido a sembarte más hondo y mejor construirte, tú te sientes apenas tocado por cosechas semejantes y no oyes sembradores ni segadores cuando caminan sobre tí. ……………. Pues pobreza es un gran fulgor de dentro …
Pobre como la lluvia en primavera, feliz en el tejado de los pueblos; o como la ilusión que abriga un preso en su celda sin mundo enternamente. Pues mira: vivirán y aumentarán, no serán sometidos por el tiempo, y crecerán como bayas en el bosque tapando el suelo con su dulzura.
Pues felices aquellos que nunca se alejaron y en la lluvia estuvieron quietos, sin tejado; hacia ellos vendrán todas las cosechas y su fruto aumentará mil veces.
Durarán más allá de todo fin, por sobre imperios cuyo sentido se deshace, y se elevarán, manos reposadas, cuando las manos de todos los hombres y de todos los pueblos se fatiguen.