Según Juliet Gardiner –autora de este más que interesante libro- para comprender el mundo de la familia Brontë hay que remontarse y profundizar en la figura del padre, Patrick Brontë. Patrick nació en Irlanda, en una familia muy modesta y humilde pero con ambiciones apellidada Brunty. Se convirtieron al protestantismo y de esa forma facilitaron al prometedor joven Patrick que destacaba en humanidades, ayuda para estudiar Teologá en Cambridge y, mas tarde, hacerse pastor y ejercer en Haworth (Yorkshire). Durante su estancia en la Universidad cambió su apellido de resonancias irlandesas por el de Brontë. No obstante, «el legado de Irlanda fue profundo en el interior de Patrick. La salvaje belleza de las montañas de Mourne le llevó a encontrar su paralelo en los páramos de Yorkshire; el lenguaje y el encanto de Irlanda que entretejió dentro de sus propias poesías y dentro de los mitos celtas, que contaría a sus hijos y que tanta influencia ejercerían en todos ellos, especialmente en Emily ..»
Así pues, henos aquí con un hombre que aunque parezca renegar de sus orígenes (nunca volvió a Irlanda), debería su fuerte personalidad a esa ascendencia.
Elizabeth Gaskell, la gran escritora, realizó a petición de la familia una biografía de Charlotte en la que el patriarca de la familia no salía muy bien parado por lo que recibió una carta de Patrick Brontë con, esta, a modo de justificación: «Yo no niego que soy en cierto modo excéntrico, pero si yo hubiera sido uno de esos sosegados y tranquilos, juiciosos y concentrados hombres que hay en el mundo, nunca sería como soy ahora, y es muy probable que nunca hubiera tenido unos hijos como los que he tenido»
Este hombre egocéntrico y autoritario, culto pero insensible, frio, aunque dotado de la capacidad de cautivar, casó con Maria Branwell oriunda de Cornualles en 1812: «una persona extremadamente pequeña, no bella pero muy elegante y siempre vestida con una simplicidad que estaba completamente de acuerdo con su carácter; algunos de sus detalles hacen pensar en el modo de vestir preferido por su hija para algunas de sus heroínas favoritas. El señor Brontë quedó inmediatamente cautivado por esta pequeña y gentil criatura y declaró que su amor iba a ser para siempre».
En los los ocho primeros años de matrimonio, durante los que residieron en diferentes poblaciones, nacieron sus seis hijos: María, Elizabeth, Charlotte, Bramwell el único hijo varón, Emily y Anne. No obstante, en 1920, al Reverondo Brontë le designaron la parroquia de Haworth.
Haworth había sido famoso por haberse convertido en el siglo XVIII en centro del renacimiento evangélico. Así pues era un honor ser destinado allí como pastor; por otro parte, la población la componían granjeros medianamente acomodados y pequeños comerciantes: «Pero el lugar era poco saludable, no había alcantarillas y la mortalidad, tanto infantil como de adultos, era muy elevada». La rectoría era un caserón de piedra (con el antiguo cementerio a su lado, según antigua costumbre), un lugar inhóspito y carente de confort que acabó con la salud de la esposa, ya bastante quebrantada.
Un año más tarde moría Maria Branwell. La sirvienta que los atendía contó a Elizabeth Gaskell: «confinada en su habitación de la que no saldría viva… jamás se hubiera creido que hubiera niños en la casa, fueron tan silenciosos, tan callados, buenas criaturas. María, la mayor de los hermanos, fue tan buena como una madre para ellos… eran completamente distintos a todos los niños que he conocido»
Patrick Brontë intentó pocos meses después volver a casarse, buscando una nueva madre para sus hijos pero no lo consiguió. Dados sus escasos ingresos y sin una esposa (una cuñada malhumorada y hosca se instaló con ellos para cuidar de la casa), decidió llevar a sus dos hijas mayores, María y Elizabeth, a las que seguirían Charlotte y Emily, a Cowan Bridge, escuela para hijas de clérigos pobres.
El edificio de la escuela era frío, la comida escasisima, apenas disponían de ropas adecuadas para protegerse del frío; Se consideraba que esas niñas estaban destinadas a ser pobres el resto de sus vidas y debían someterse a una vida austera y de privaciones como les correspondía. Al poco tiempo María fue enviada a casa para morir de tuberculosis: «Charlotte creó el personaje de Helen Burns en Jane Eyre en memoria de su dulce y extraordinariamente inteligente hermana que hizo las veces de su madre». Cowan Bridge es, en efecto, Lowood, el terrible internado que aparece en la novela.
Elizabeth empezó con los mismos síntomas, fue enviada a casa y también murió al poco tiempo. Patrick Brontë reaccionó por fin y se apresuró a traer a Charlotte y Emily de vuelta a casa. «Durante los siguientes años los cuatro niños vivieron y estudiaron en casa, en un mundo íntimo y limitado por los muros de la Rectoría». Fueron cuidados por una entrañable y fiel criada, Tabby, una campesina de Yorkshire que amasaba y cocinaba para ellos, y les hablaba de «aquellos días antiguos cuando los duendes frecuentaban los márgenes de los riachuelos en las noches de luna llena… pero esto era cuando no había molinos en los valles y cuando todo el hilado de lana se hacía a mano en las granjas. Fueron las fábricas las que los echaron». Tabby permaneció con la familia como un miembro más.
El rasgo de carácter más positivo del patriarca Brontë fue el procurar despertar el placer de la lectura en sus hijos sin distinción de sexos, incitándoles a leer tanto los libros de su propia biblioteca como cuantos libros tuvieran a su alcance, así como periódicos, publicaciones y semanarios. Buscó un profesor de pintura para Bramwell e incluso, con sus escasos medios, adquirió un piano, con el que Emily disfrutaba enormemente. Así fueron creciendo dentro de su propio mundo, un mundo culto, espiritualmente exquisito, que dejaba volar la mente y la imaginación pero conscientes de que había otro mundo exterior hostil, crudamente realista, al cual no pertenecían: «Las tres jóvenes solían subir hacia el «negro púrpura» de los páramos, cuya majestuosa superficie se rompía aquí allá por canteras de piedra: y si tenían la fuerza y el tiempo suficientes para ir más lejos, podían alcanzar un salto de agua, donde había un riachuelo que descendía sobre las rocas y caía hasta el fondo. Raramento bajaban al pueblo. Eran tímidas incluso para encontrarse con las caras familiares y tenían escrúpulos de introducirse en las casas de los más pobres sin ser invitadas. Estuvieron como maestras formales en la escuela dominical, una costumbre que Charlotte mantuvo incluso después de que la dejaron sola, pero nunca entregaron su amabilidad voluntariamente. Siempre prefirieron la soledad y la libertad de los páramos».
Eran reservadas y apasionadas al mismo tiempo, vagaban por los páramos en soledad como Cathy, la heroína de Cumbres Borrascosas.
Ellen Nussey, junto con Mary Taylor una de las dos amigas de las hermanas, las visitó en 1033 y las describía así: «Emily había adquirido en esa época una ligera y grácil figura. Era la más alta de la casa, a excepción de su padre. Su pelo era precioso, igual que el de Charlotte, lo llevaba sin gracia en bucles y rizos. El color de sus ojos era gris oscuro y otras veces azul oscuro. Hablaba muy poco. Ella y Anne eran como gemelas, inseparables compañeras …»
«Anne era bastante distinta en apariencia de las otras. Era la preferida de su tía. Su pelo era precioso, castaño claro, y caía sobre su cuello en gráciles rizos. Tenía los ojos azul violeta, unas cejas finas y perfiladas y una complexión clara, casi transparente.»
A despecho de lo que la sociedad consideraba entonces «adecuado» las hermanas Brontë habían creado un mundo propio, que nadie podría arrebatarles. Charlotte que había escrito veintidos volúmenes de juventud cuando andaba por los catorce años, envió timidamente algunos al laureado poeta R. Southey y éste le contestó:
«La literatura no es la ocupación en la vida de una mujer. Tampoco debe serlo. Cuanto más ocupada esté en sus obligaciones, menos ociosa estará, incluso como complemento y recreo. No tienes que darle nombre a estas obligaciones, y cuando las realices, estarás menos ansiosa de ser célebre. No buscarás en la imaginación tus emociones … «
Años más tarde, Charlotte escribiría en Jane Eyre:
«Se supone que las mujeres son muy tranquilas en general pero las mujeres sienten lo mismo que los hombres. .. Ellas sufren por las restricciones demasiado rígidas y la inactividad absoluta tanto como los hombres podrían sufrir, y es propio de la estrechez mental de sus semejantes más privilegiados el decir que ellas deberían limitarse a hacer pasteles, a hacer calceta, tocar el piano y bordar. Es desconsiderado condenarlas o reirse de ellas si desean hacer o aprender más que lo que la costumbre ha declarado que es necesario para su sexo.»
Cuando tuvieron que ganarse la vida, unas veces como profesoras, otras como institutrices (incluso llegando a tener su propia escuela), intentaron adaptarse a aquella sociedad que les parecía intransigente y por momentos implacable, como tuvieron ocasión de comprobar Anne y su hermano Bramwell, que habían encontrado colocación como institutriz y tutor respectivamente de los hijos de una acaudalada familia; Edmund Robinson el tiránico cabeza de familia amenazó con matar a Bramwell y provocar un escándalo público al enterarse de que mantenía un romance con su esposa.
Bramwell era el hermano adorado, en el que la familia había puesto grandes esperanzas, tanto en una probable carrera como artista o como humanista (había destacado en traducciones clásicas, era un erudito en griego y latín), se vio de pronto truncada por la frustración, el desengaño y la compasión melancólica que sentía hacia sí mismo. Pérdida de empleos, amores fallidos y una profunda depresión desembocaron en «un exceso de ginebra y opio, ataques de furia alternando con otros de estupor producidos por la embriaguez que le ponían en contra de sus infortunadas hermanas»
En 1848 moría Bramwell.
«Una calma de mármol se asentó en la Rectoría».
Charlotte dijo: «No lloro por aflicción, no me han quitado un apoyo ni me ha privado de un consuelo. Lloro por la destrucción del talento, la ruina de una promesa, la desaparición triste e inoportuna de lo que podía haber sido una luz brillante y luminosa.»
Cuando las hermanas se decidieron a dar a conocer al mundo sus novelas y poemas, las presentaron bajo nombres masculinos: Currer, Ellis y Acton Bell. No lo tuvieron fácil. Recibieron muchas críticas demoledoras:
(Sobre Cumbres Borrascosas) «Los personajes están extráidos de lo más bajo Está claro que o son habitantes de una región aislada y sin civilizar o están bajo una influencia demoníaca»
«El lector recibe una impresión desagradable, repugnante casi hasta la naúsea por los detalles de crueldad, inhumanidad, de odio y la venganza más diabólicos y después aparecen pasajes que testimonian poderosamente el poder del amor, que actúa incluso sobre los demonios con forma humana».
«Otros críticos en cambio, resaltaron la fuerza narrativa, su «salvaje grandiosidad» y uno de ellos tuvo la suficiente percepción para confiar en un autor al que no le asusta buscar a sus héroes en páramos y lugares desolados.«
Y es que, como dijo Charlotte, después de leer Emma de Jane Austen, a la que podríamos presentar como prototipo de escritora discreta e inteligente pero sobre todo correcta:
«No está interesada tanto por el corazón humano cuanto por los ojos, la boca, las manos y los pies humanos; lo que mira agudamente, habla con propiedad o se mueve con delicadeza, le satisface estudiarlo, pero lo que palpita deprisa y con fuerza, aunque oculto, lo que la sangre recorre con ímpetu, lo que es el invisible asiento de la vida y el sensible blanco de la muerte, esto lo ignora la señorita Austen …»
La trayectoría pública de las hermanas Brontë en los siguientes años es de todos conocida; sus narraciones nacidad de ese mundo interior que había constituído sus vidas fueron cautivando y conquistando a los lectores mostrándoles que había una literatura más allá de aquellas de «salón», llenas de palabras comedidas, ambientes amables y suaves y damas preocupadas por ser correctas. Los relatos de las Brontë vinieron a significar una bocanada de aire fresco que vivificó la sociedad, mostrando esas otras facetas que hacen del ser humano algo inabarcable y complejo.
El libro de Juliet Gardiner es un documento completo y exahustivo sobre la vida de estas escritoras, mostrando cartas, referencias de conocidos, párrafos de la biografía escrita por Elizabeth Gaskell … acompañado de fotografías, cuadros, dibujos; un gran trabajo.
Tambien recordar la película titulada «Las hermanas Brontë» dirigida en 1979 por André Techiné, que nos acercaba al espíritu que animó a los cuatro hermanos.
Muy interesante aportación. Soy una gran admiradora de la obra y vida de las hermanas Brontë. Me parece extraordinario que se concentrara tanto talento en una misma familia. Estoy buscando el libro que mencionas de Juliet Gardiner, El mundo interior. Por lo que sé, la última vez que se editó fue en 1995 por la editorial PARDO IBERICAS, de Barcelona. No sé si habrá alguna otra editorial que también lo haya editado. Me gustaría saber si tenéis alguna información más de éste libro y si hay manera de conseguirlo.
Muchas gracias. Un saludo.
Es una pena que este libro tan interesante no se haya reeditado. Yo nunca lo tuve, lo leí en una biblioteca pública, supongo que estará disponible en más de una. He visto que venden ejemplares de segunda mano pero, a mi modo de ver, a precios abusivos.
Espero que consigas leerlo. Un cordial saludo.