La mujer como objeto poético intemporal

 

La de tres rostros

Hélèna Darcq

Quién la llama dos caras?
Rostros, tiene tres;
el primero inescrutable, para el mundo exterior;
el segundo encapuchado contemplándose a sí mismo;
el tercero, su rostro de amor,
una vez, por un momento eterno, vuelto   hacia mí;
 
                               Robert Graves
 
 
 

 Una naranja sobre la mesa
tu ropa sobre la alfombra
Y tu en mi cama;
dulce regalo del presente.
Frescor de la noche,
calor de mi vida.
 
                                     Jacques Prévert
 
 
 
 

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La silla en que ella se sentaba,
como un trono bruñido,
refulgía en el mármol,
dónde el espejo
sostenido por estardartes adornados de pámpanos con fruto
desde donde atisbaba un Cupido de oro,
doblaba las llamas de candelabros de siete brazos
reflejando luz en la mesa mientras
el destello de sus joyas se elevaba
a su encuentro
desde estuches de raso, vertido en rica profusión, 
en ampollas de marfil y cristal de color
sin tapar,
 
acechaban sus extraños
perfumes sintéticos, en ungüento,
en polvo o líquidos -turbaban, confundían- y ahogaban los sentidos en aromas …
 
                                                                                                                          T. S. Eliot

 

 

Minja Lee

 

Serás Tu?

¿Quien me confortará cuando la luna cabalgue en los pinos?
¿Quien será mi almohada cuando silbe el viento amargo del norte?
¿Quién se acostará a mi lado cuando decline el fuego?
¿Serás tú? ¿Estarás a mi lado?
¿Quién me refugiará contra los lobos del descontento?
¿Quién será mi silencio hasta que pare la tormenta quejumbrosa?
¿Quién dará brillo a mi armadura para el próximo torneo?
¿Serás tú, estarás a mi lado?
¿O debo buscar a otra?
                                                                            Pete Sinfield

 

 

Sonn-Jong-Jin

Al alba, una mujer yace en su cama cuando su amante ya se ha ido. Está cubierta hasta la cabeza con una ropa de suave color malva, con un forro de violeta oscuro. Ambos colores, el del exterior y el del forro son frescos y brillantes. La mujer, que parece dormida, usa ropa de color naranja, y una falda de oscuro carmesí de seda rígida cuyos cordones cuelgan a su lado, como si los hubieran dejado sueltos. Sus espesas trenzas caen una sobre otra en cascadas y uno puede imaginar la largura de su cabellera cuando cae libre sobre su espalda.
                                                                                        Sei Shonagon (Japón S. X)

 

 

 

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