Mircea Eliade, famoso historiador e investigador rumano, especialista en religiones comparadas, escribió este libro: «Historia de las creencias y de las ideas religiosas», una visión distinta de cuantas se habían escrito hasta entonces. Los siguientes párrafos hablan del culto a Dióniso, dios de la vegetación y del vino, del renacer de la naturaleza; dios que se creía llegado de Tracia, posiblemente en época muy arcaica pues se han encontrado indicios de que ya formaba parte de los dioses de Grecia en épocas pretéritas y cuyos ritos inspiraron la obra de Eurípides, Las Bacantes:
«En las Bacantes de Eurípides tenemos un testimonio valiosísimo de lo que podríamos considerar el genio griego con la orgía dionisíaca. Ofendido Dióniso porque su culto es ignorado todavía en Grecia, Dióniso parte de Asia con un cortejo de ménades* y llega a Tebas, lugar de nacimiento de su madre, Semele.»
Allí, no es reconocido por sus parientes: Penteo, rey y sobrino de Dióniso y las hermanas de su madre a las cuales, como castigo, hace enloquecer, y ellas se unen a las demás mujeres en los ritos orgiásticos:
«Pero no es el vino lo que provoca el éxtasis de las bacantes. Un servidor de Penteo que las había sorprendido sobre el Citerón a la hora del alba, las describe vestidas de pieles de ciervo, coronadas de yedra, ceñidas de serpientes, portando en sus brazos y amamantando cervatillos o lobeznos.»
«Abundan los <milagros> específicamente dionisíacos: las bacantes golpean las rocas con sus tirsos y brota agua o vino; arañan la tierra y saltan chorros de leche, mientras de los tirsos coronados de yedra caen gotas de miel. <Cierto -prosigue el servidor de Penteo- que si hubiera estado allí, este dios al que desprecias, te hubieras convertido a él, dirigiéndole plegarias, después de semejante espectáculo>.»
«Sorprendidos el servidor y sus camaradas, están a punto de ser despedazados. Las bacantes se arrojan entonces sobre los animales que pastan en la pradera y <sin ningún hierro en las manos los despedazan>. <Por efecto de mil manos de muchachas los toros amenazadores son desgarrados en un abrir y cerrar de ojos. Las ménades se abaten luego sobre la llanura. <Arrebatan a los niños de las casas. Todo cuanto cargan a sus espaldas, sin sujección alguna, se mantiene allí, sin caer en el barro, también el bronce o el hierro. Sobre sus cabelleras se agita el fuego pero sin quemarse. Los despojados por las ménades echan mano enfurecidos a las armas. Y sucede entonces el prodigio : los golpes que les asestan no hacen correr la sangre, mientras que ellas, blandiendo el tirso, los hirieron …>»
«No hace falta señalar la diferencia que hay entre estos ritos nocturnos, frenéticos y salvajes, y las fiestas dionisíacas públicas. Eurípides nos presenta un culto secreto, característico de los Misterios <Estos Misterios, según tú ¿que son? pregunta Penteo. Y Dióniso responde: <su secreto prohibe comunicarlo a quienes no son bacantes>.»
Estas bacantes tomaban una bebida llamada Kykeon a base de algún tipo de hierba y cereales fermentados que seguramente tenían uno o más tipos de hongo parásito, como sucede frecuentemente, y que confería a esta bebida poderes alucinógenos y proporcionaba intensas experiencias psíquicas a los que lo bebían.
«El éxtasis dionisíaco representa ante todo la superación de la condición humana, el descubrimiento de la liberación total, la obtención de una libertad y una espontaneidad inaccesible a los hombres. Que entre estas libertades figura también la liberación con respecto a las prohibiciones, las regulaciones y los convencionalismos de orden ético y social, parece cierto y ello explicaría en parte la adhesión masiva de las mujeres. Pero la experiencia dionisíaca llegaba a unos niveles más profundos. Las bacantes que devoraban carne cruda recuperaban un comportamiento que había sido rechazado desde decenas de millares de años antes. Unos gestos frenéticos como aquellos sólo pueden interpretarse como una forma de comunión con las fuerzas vitales y cósmicas justificada por una posesión divina. Que se confundiera la posesión con la locura no es de extrañar. También Dióniso había experimentado la locura y la bacante no hacía otra cosa que participar en las pruebas y en la pasión del dios.»
«Es raro que en época histórica surja un dios cargado de una herencia tan arcaica: ritos con participación de máscaras, faloforia (culto al falo), ingestión de carne cruda, antropofagia, éxtasis inducido, locura.»
«Sea cual fuere la intención de Eurípides al escribir, ya al final de su vida las Bacantes, esta obra maestra de la tragedia griega constituye al mismo tiempo el documento más importante sobre el culto dionisíaco: <Penteo se opone a Dióniso porque éste es un extranjero, un predicador, un encantador .. con bellos bucles rubios y perfumados, las mejillas sonrosadas y la gracia de Afrodita en los ojos. Con el pretexto de enseñar las dulces y amables prácticas del evohé** corrompe a las doncellas».
Si bien los griegos se resistían a reconocer a Dióniso como propio, nos recuerda profundamente a un dios del cereal, con su renacer anual, su ingesta de cebada y centeno, su pasión, muerte y resurreción. Seguramente sería un culto residual de épocas pretéritas; aparecieron referencias a él en tablillas de escritura lineal A y B, posiblemente de 1.200 ó 1.4oo A. d C.
*ménade; ninfas dedicadas al culto de Dióniso a las que ha enloquecido. Las bacantes serían mujeres mortales que imitarían a las ménades.
** evohé: grito de las bacantes para llamar a Dióniso.