«Es una noche de primavera, sin luna, sin estrellas, negra como una Biblia en las silenciosas calles empedradas del pueblo, en el bosque encorvado de galanteadores y conejos, cojeando invisible hacia un mar negroendrino, cuervinegro, lentinegro, columpiador de barcas pesqueras. Las casas están ciegas como topos (aunque esta noche los topos ven mejor que nunca en los hocicudos sotos de terciopelo), o ciegas como el Capitán Cat, allá, en el enmascarado centro, junto a la bomba de agua y la torre del reloj, en ese lugar de tiendas enlutadas, en el casino con velos de viuda. Y toda la gente de este lugar arrullado y apaciguado hasta enmudecer, duerme»
Así comienza este poema en prosa que en realidad se pensó como un guión radiofónico: «Under Milk Wood» del gran poeta galés Dylan Thomas. En él intervienen varias voces que van narrando o personificando a los protagonistas de esta narración.
A través de Llareggub, imaginario pueblecito galés, deambulan todo tipo de personajes, desde el Capitán Cat un marino ciego hasta Rosie Probert, mujer de vida alegre, o la señora Ogmore-Pritchard varias veces viuda, y una masa coral de seres que son auténticos o tal vez espíritus de seres que se fueron, amores posibles e imposibles, deseos y nostalgias, recreando un mundo a la vez quimérico y real, trasunto del alma humana.
«Silencio, duermen los niños, los granjeros, los pescadores, los tenderos y los jubilados, el remendón, el maestro, el cartero, el tabernero y el dueño de la funeraria, la mujer fácil, el borracho, la modista, el reverendo, el policía, la vendedora de berberechos con andares de palmípeda y las pulcras esposas…..
Los muchachos sueñan fechorías y con los corcoveos de los ranchos de la noche. Sueñan un mar negriabanderado. Y en los prados dormitan las estatuas de caballos de antracita, las vacas se adormilan en los establos y en los patios de hocico húmedo los perros se recogen en su sueño. Los gatos reposan en los rincones sinuosos o cruzan furtivos, ágiles, cautos, la sola nube de tejados..»
«Lord Cristalfino, solitario, en su cocina llena de tiempo, está en cuclillas ante el comedero de su perro, en el que pone Fido. Hay unos restos de pescado picante. Escucha las voces de sus sesenta y seis relojes, uno por cada año de su atolondrada existencia, y contempla, amoroso, sus caras lunares, sus caras blancas y negras, sus caras de sonoros labios que con su tic tac bisbisean el paso del mundo. Relojes que atrasan, relojes que se adelantan, latidos pendulares, relojes de porcelana, despertadores, relojes de caja, de cucú, en forma de rehilante Arca de Noé, relojes que murmuran en barcos de mármol, relojes en el vientre de mujeres de cristal, relojes de arena con campanillas, relojes que dicen <el tiempo pasa>, relojes que cantan melodías, relojes Vesuvio con lava y negras campanas, relojes Niágara por donde se despeña el tic tac, relojes viejos con barbas de ébano que lloran la fuga del tiempo, relojes sin manecillas que al tañer no se reconocen en las horas. Lord Cristalfino vive en una casa y en una vida en asedio. En cualquier momento, en cualquier día oscuro, acaso un enemigo desconocido baje por la colina saqueando salvajemente, pero no le cogeran desprevenido. En su cocina viscosa de pescado, sesenta y seis horas distintas dan el tic, dan el tac, suenan, repican, tañen, tocan»
ROSIE PROBERT
¿Qué mares contemplaste, Tom cat, Tom Cat, cuando los navegabas hace ya tanto, tanto?¡Qué monstruos resoplaban en el verde ondulante cuando tú eras mi dueño?
CAPITAN CAT
Te diré la verdad. Mares vociferantes como focas, mares verdes, azules, mares llenos de anguilas, tritones y ballenas.
ROSIE PROBERT
¿Y qué mares surcaste, oh viejo ballenero, cuando tú, sobre grasientas olas de ballena, entre Gales y San Francisco, eras contramaestre mío?
CAPITAN CAT
Cierto como el ahora, Rosie, golfilla amada de Tom Cat, marinerita de agua dulce, de los amores el más grato, fácil entre las fáciles, la siempre dulce amiga, mares verdes como habichuelas, mares de cisnes deslizantes bajo aullidos de foca de la luna«El descenso de las gaviotas en torbellino hacia un puerto en el que los pescadores escupen y apuntalan la mañana, ese puerto desde el que contemplan un mar reposado y henchido de peces hasta el confín bañado en azul. Dinero verde y dorado, tabaco, salmón envasado, sombreros de plumas, tarros de pasta de pescado y calor para el invierno que ha de venir, se entretejen en las frías calles marinas como una rica y resbaladiza madeja de refulgir pisciforme. Mas los pescadores, en la zarca dejadez de sus ojos, miran el agua láctea, susurrante, sin rizos ni pliegues, como si echara cañonazos y serpientes y asolara el pueblo con tifones»
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