Sede de una famosa tertulia literaria que fundó Ramón Gómez de la Serna. El prefería llamarlo La Sagrada Cripta de Pombo.
Este café y botillería, famoso por albergar esta tertulia y por los dos libros que Gómez de la Serna le dedicó, estaba situado en la calle Carretas a un costado del edificio que fue Correos y que ahora es la sede de la Comunidad. Tras la guerra derribaron el edificio dejando un triste solar tapiado que usaron como aparcamiento improvisado.
Pero dejemos hablar a Ramón:
» …. Pombo es una cripta venerable y llena de recogimiento, la cripta profana y civil, así como la Almudena es la cripta religiosa. Es una cripta sin humedad ni lobreguez; un cripta regocijante, llena de una tibieza seca y confortable.
Si en algún Café han tomado café los Reyes, y por último Alfonso XII, ha sido en Pombo, por lo que si hubiese el café proveedor de la Real Casa, Pombo lo sería. Si a algún sitio pudieran pedir café con media tostada desde Palacio sería a Pombo adonde se llamaría por el teléfono oficial …»
«… Pombo, bajo ese digno edificio, es el Café supremo, condición inapreciable, porque ya el Café, cualquier Café, es un lugar admirable, la única asociación verdaderamente libre y limpia de dogmatismo y de oligarquía; la institución más independiente; los modernos senado-consultos, donde se reúnen los españoles en secciones sin presidencia ni objeto …. donde además dan café: un elixir enjundioso de fórmula secreta; un elixir espeso, acre, transcendental, especioso, que aviva la vida infundiéndola esa seguridad sin objeto, que es a lo más que puede llegar la vida; un elixir en el que se degusta la esencia de lo exterior, de lo extraño, de lo público, de lo ambiente…»
«..Los ojos del tiempo.- Los espejos de Pombo quizá son lo más vario y precioso del café, sus grandes diamantes. Son pequeños, intransigentes y benévolos, y en ellos nuestro retrato tiene un digno marco cariñoso; tiene luz propia y vida propia …. No son esos amplios espejos sin un cauto y reservado marco: esos espejos difíciles de llenar, fríos, desiertos, infieles, inapetentes, irrespirables, monstruosos, que en los Cafés concurridos están llenos de humo de tabaco, de tiempo perdido y de charlas insulsas. Estos espejos de Pombo son proporcionados, leales, fraternales, sin esa vaciedad de los espejos grandes, enrarecidos, extraviados, nublados de tiempo…»
«… La Mallorquina.- Sólo en el saloncito de La Mallorquina, tapizado de ese papel aristocrático, rojo y avispado de coronas y escudos de oro, creí encontrar el sitio. Cerraba los ojos, me ponía a oir «como entonces» y aunque sí, allí había algo, no estaba todo. Muchas veces entré en el salón ese con unas inmóviles medias persianas muy discretas, con sus macetas de recibimiento sobre las mesas de mármol y su cortina pesada y palaciega en la puerta, sostenida y entreabierta por un fajín de borlas y guardado el hueco por un antiguo mayordomo (mayordomo y no camarero). Pariente del de Lhardy, este saloncito sí tenía algo de lo que buscaba, pero no todo. Hasta que un día, al entrar en Pombo, volví a sentir aquella sensación densa, calma, llena de nimias delicadezas .. «
«Doña Manolita.- … porque hasta el interior de Pombo es a la tarde demasiado anodino y convencional. Por la tarde vienen las gentes honestas y asiduas que no saben lo que piensan. Por la tarde todo gira como alrededor de doña Manolita. Esta doña Manolita es una leve anciana enjuta y aniñada. Entra baldada del frío de la calle. Trae los ojos lacrimosos; se los enjuga después de sentarse … Después sonríe, saluda a las demás mujeres familiares y a los caballeros -todos como de la magistratura-, y a los curas que se suelen reunir en Pombo por la tarde; después pide un chocolate con picatostes, y se la ve arrebatarse y entrar en reacción..»
«… las lámparas de gas de Pombo son unas bellas y blancas <catalas> -esa especie de suaves y blancas cacatúas- que se columpian sobre un trapecio de cobre. Su luz es animal, expresiva y blanca, y lo llena y lo ensalza todo; es una luz que prorroga las cosas … los cigarros y las pipas que inciensan religiosamente a las otras Imágenes de nuestra imaginación y que lentamente vamos tallando, también han añadido negrura al Café..
«.. A veces, algunos sábados, cuando llego y está la luz eléctrica encendida, le digo al camarero:
-¿Hace el favor de encender el gas?
El camarero, servicial y atento sale a por la corta antorcha con que se encienden estas lámparas y, como un farolero, se la acerca al mechero y el gas da su respiro luminoso, su resuello vital; la decoración cambia, retrocedemos en el tiempo y alguien dice:
-¡Lo que nos hemos sumergido!
La elocuencia es mayor y los silencios se saben llevar mejor. Ya nos podemos estar quietos y fijos mirando la luz. A la banalidad de la luz eléctrica sigue una más profunda conciencia. La luna está más imitada por el gas y da más autenticidad a la noche el estar bajo la luz de la luna..»
«Viajes.- No quisiera irme nunca pero a veces me voy. Se me puede perdonar el que me vaya porque vuelvo sin dar importancia a mi viaje, relatando toda la sencillez de las cosas y la gran correspondencia de unas tierras con otras. Además, vuelvo creyendo en Pombo sobre todas las cosas»
Calle Carretas, hacia la época de la tertulia. En el edificio de la derecha se encontraba situado el Cafe de Pombo.