Porqué los sucesivos gobiernos democráticos de Brasil siguen protegiendo la corrupción y la destrucción de la zona amazónica?
Artículo aparecido en El Mundo el 16/08/2011:
La lucha por la tierra en la Amazonía también tiene rostro de mujer
Brasilia
Los leñadores fueron a buscar a Nilcilene, una campesina de 45 años y dirigente de una asociación local, a su casa propia granja, levantada en un pequeño terreno ubicado en un asentamiento, cedido por el gobierno, en el sur de la selva amazónica. Un mes antes, esta mujer fue apaleada frente a un equipo de inspectores gubernamentales ante quienes denunció la deforestación ilegal.
Nilce, tal y como la conocen sus amigos, no sólo no se calló al ver como talaban esos centenarios cedros, andirobas, ipês y otros grandes árboles tropicales de la selva, sino que también fue a la ciudad a denunciar ante la policía las amenazas. Ese día su esposo la llamó: «todo ha ardido,» le dijo. Perdió su casa, la ropa, los muebles, así como los animales y los cultivos de banana, piña y café que tenía en sus cinco acres de tierra. Los criminales dejaron un mechero colgando de un árbol cercano para recordar que el fuego no había sido accidental.
En su intento por aferrarse a su tierra e impedir la deforestación ilegal, Nilce ha sido objeto de amenazas y ataques violentos por parte de los propietarios de los aserraderos y de los leñadores.
En mayo, finalmente, tuvo que irse después de que un asesino profesional cogiera por el brazo a su nieta de 11 años y le contara cómo torturaría a Nilce hasta la muerte.
Nilce no se calla: «Los madereros lo están arrasando todo. Cuando cortan los árboles de nuez de Brasil, me parte el alma. Estos árboles alimentaron a mis hijos; mi familia creció bajo su protección. Les debo mucho.»
Nilce ha estado escondida desde entonces, protegida por la Comisión de la Pastoral de la Tierra (CPT), una organización vinculada a la Iglesia Católica.
Al saber que esta entrevista llegaría más allá de Brasil, Nilce reitera una y otra vez: «Por favor, envíe este mensaje de ayuda. Me siento sola en esta guerra.»
Muerte impune en la Amazonía
Su batalla es sólo una de las muchas que están librando los habitantes de la Amazonía – los que han nacido y crecido en la selva, – contra los hacendados, los propietarios de los aserraderos y los leñadores, que acaban no sólo con los árboles sino también con la vida de quienes se interponen en su camino.
En lo que va de año, diez personas han muerto por disputas por la tierra en Brasil. Seis desde el mes de mayo.
Si bien, la violencia contra los pequeños propietarios y los habitantes del campo es habitual, en la selva esta situación se agrava día a día. Ocho de los asesinatos se cometieron en la Amazonía.
«Los madereros son cada vez más fuertes, son los que imponen su ley en el bosque,» dice Nilce. «Me han amenazado, me han golpeado y han hecho que lo perdiera todo en un incendio. Lo denuncié ante la policía. ¿Y qué ha pasado con los culpables? Nada.»
La CPT hace un seguimiento de la violencia relacionada con temas de tierras y anualmente edita una lista de amenazas de muerte por esta razón. De la lista de los 177 nombres actuales, entre quines se encuentra Nilce, 98 residen en la Amazonía.
«El estado no está presente en estas áreas,» dice Marta Valéria Cunha, coordinadora de la CPT para la Amazonía. «Los madereros y los especuladores de tierras son cada vez más fuertes porque tienen las manos libres para dictar la ley como les convenga. Es como si viviéramos bajo un sistema feudal, pero en vez de un señor feudal, son los madereros y los ganaderos quienes ponen reglas.»
Lucha por la tierra
En efecto, como Nilce, las mayoría de víctimas por cuestiones de tierras son los pobladores tradicionales de la Amazonía, descendientes de los nativos brasileños y de inmigrantes de otras partes del país, que, sin embargo, no tienen los mismos derechos que las comunidades indígenas de la selva.
Nacidos en pequeñas comunidades, estos colonos desarrollaron técnicas como la extracción del caucho de los árboles y crearon plantaciones familiares. Durante años, el gobierno brasileño les ha reconocido el derecho a la tierra creando reservas y asentamientos en tierras consideradas propiedad federal.
En 2003, Nilce se unió a un grupo de pequeños campesinos que ocupó tierras públicas ociosas cerca de Lábrea, en el estado de Amazonas. A pesar de que en 2007 el gobierno reconoció el asentamiento, los ganaderos y los propietarios de las serrerías han intentado una y otra vez hacerse con el territorio.
«Primero atacaron nuestras cabañas con fuego, luego utilizaron documentos falsos para reclamar el territorio como suyo. Tuvimos que batallar por nuestro pedacito de tierra,» recuerda Nilce.
«Intentar apropiarse de las tierras federales de la Amazonía es una vieja táctica; los grandes ganaderos lo han hecho desde que éramos una colonia portuguesa,» dice el geógrafo Ariovaldo Umbelino de Oliveira, profesor de la Universidad de São Paulo y coordinador del Atlas de la Tierra Brasileña y de la Reforma Agraria. «Los colonos brasileños – los verdaderos dueños de esta tierra – se convierten en nómadas, expulsados violentamente por los ganaderos y más recientemente por los propietarios de las serrerías.»
Factores para la violencia
La vida de Nilce ha estado marcada por la violencia. Ya cuando ella era una niña, hija de seringueiros (recolectores de caucho), la familia se vio obligada a dejar sus tierras. Años después, casada y con tres hijos, el que fue su primer esposo cayó asesinado al negarse a abandonar su propiedad.
La completa falta de infraestructuras en el área donde vive Nilce facilita las actividades ilegales y es uno de los principales factores que permite tanta violencia. El área es tan remota que es difícil hacer un seguimiento de lo que ocurre. A 33 km. de la ciudad más cercana, el asentamiento de Nilce no tiene carreteras, electricidad, líneas de telefonía, comisaría u hospital.
La impunidad es el segundo factor que facilita que la violencia se propague por la selva, según el director del Departamento de Justicia y Derechos Humanos del Estado de Amazonas, Carlos Lélio Lauria Ferreira, quien dice que «la grave situación a la que nos enfrentamos ahora es el resultado de décadas de abandono.»
Hasta ahora nadie ha sido condenado por los asesinatos relacionados con las disputas de tierras en la Amazonía, con la excepción del caso de la monja norteamericana Dorothy Stang, que luchó por la conservación de la selva. Su asesino está en la cárcel, pero la policía nunca buscó a los hacendados que le contrataron.
Antes de huir, Nilce recibió una llamada de un amigo, Adelino Ramos, otro activista por la Amazonía, asesinado este mismo año. «Ten cuidado, están detrás nuestro,» le advirtió. El 27 de mayo fue asesinado delante de su esposa y de otras veinte personas en un mercado rural. El asesino apretó el gatillo a cara descubierta.
Quienes persiguieron a Nilce y a Ramos deberían estar en la cárcel desde noviembre. Y es que el tribunal de justicia del estado expidió diez órdenes de arresto. «Los meses pasan y nada ocurre,» dice Gercino José da Silva Filho, el Ombudsman para temas agrarios, que arbitra en los conflictos de tierras. «Envié las notificaciones oficiales a los jefes de la policía civil y militar, pero hicieron caso omiso.» Filho recuerda que, de haberse realizado los arrestos, Ramos podría estar vivo.
Proteger a los activistas
En respuesta al aumento de la cifra de asesinatos en la Amazonía, el gobierno federal creó la comisión Em Defesa da Vida para proteger a los activistas amenazados.
El cinco de julio, casi dos meses después de permanecer oculta, Nilce fue convocada por la comisión para testificar en la capital del país, Brasilia. «Les pedí protección policial para volver a casa, pero me dijeron que esperase. Pero ¿hasta cuándo?»
«Ella es uno de los casos más graves con los que nos enfrentamos, pero una escolta policial sería el último recurso,» dice Clarissa Jokowski, directora del Programa de Protección de Derechos Humanos. Por ahora, la comisión del programa está pagando a Nilce un pequeño estipendio y le ofrece sesiones de terapia. Ella llora mucho, le cuesta dormir y sufre tirones musculares.
«Trasladarme no es una solución, yo tengo que volver,» se lamenta.«¿Qué tipo de justicia es ésta que deja que los criminales caminen libres y que yo tenga que esconderme?»
El día que regresó de Brasilia a su escondite, Nilce decidió hacer las maletas y regresar. Pero su esposo la llamó. «Ellos saben todo lo que dijiste y se jactan prometiendo que harán una fiesta cuando mueras,» le advirtió. «No vengas, yo también me voy.»