UN GATO EN UN PISO VACÍO
Morir, eso no se le hace a un gato. Porque qué puede hacer un gato en un piso vacío. Trepar por las paredes. Restregarse entre los muebles. Parece que nada ha cambiado y, sin embargo, ha cambiado. Que nada se ha movido, pero está descolocado. Y por la noche la lámpara ya no se enciende. Se oyen pasos en la escalera, pero no son ésos. La mano que pone el pescado en el plato, tampoco es aquella que lo ponía. Hay algo aquí que no empieza a la hora de siempre. Hay algo que no ocurre como debería. Aquí había alguien que estaba y estaba, que de repente se fue e insistentemente no está. Se ha buscado en todos los armarios. Se ha recorrido la estantería. Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado. Incluso se ha roto la prohibición y se han desparramado los papeles. Que más se puede hacer. Dormir y esperar. Ya verá cuando regrese, ya verá cuando aparezca. Se va a enterar de que eso no se le puede hacer a un gato. Se irá hacia él como si no quisera, despacito, con las patas muy ofendidas. Y nada de saltos ni maullidos al principio.
FALTA DE ATENCIÓN
Ayer me porté mal en el cosmos. Viví todo el día sin preguntar por nada, sin sorprenderme de nada. Realicé acciones cotidianas, como si fuera lo único que tenía que hacer. Aspirar, espirar, un paso tras otro, obligaciones, pero sin pensamientos que fuera más allá de salir de casa y volver a casa. El mundo podría ser tenido por un mundo loco y yo lo tuve para mi propio y trivial uso.