Jorge Luis Borges y los laberintos

 

 

SHINTO

Cuando nos anonada la desdicha,
durante un segundo nos salvan
las aventuras ínfimas
de la atención o de la memoria:
el sabor de una fruta, el sabor del agua,
esa cara que un sueño nos devuelve,
los primeros jazmines de noviembre,
el anhelo infinito de la brújula,
un libro que creíamos perdido,
el pulso de un hexámetro,
la breve llave que nos abre una casa,
el olor de una biblioteca o del sándalo,
el nombre antiguo de una calle,
los colores de un mapa,
un etimología imprevista,
la fecha que buscábamos,
contar las doce campanadas oscuras,
un brusco dolor físico.
  
                                                      (Qué es la mente sino un intrincado laberinto?) 
 
 

 EL HILO DE ARIADNA

El hilo que la mano de Ariadna dejó en la mano de Teseo (en la
otra estaba la espada) para que éste ahondara en el laberinto
y descubriera el centro, el hombre con cabeza de toro o, como
quiere Dante, el toro con cabeza de hombre, y le diera muerte y
pudiera, ya ejecutada la proeza, destejer las redes de piedra
y volver a ella, a su amor.
                                                                                         
Las cosas ocurrieron así. Teseo no podía saber que del otro lado
del laberinto esta el otro laberinto, el del tiempo, y que en algún
lugar prefijado estaba Medea.

 El hilo se ha perdido; el laberinto se ha perdido también. Ahora
 ni siquiera sabemos si nos rodea un laberinto, un secreto cosmos,
 o un caos azaroso. Nuestro hermoso deber es imaginar que hay
 un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo; acaso
 lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia,
 en el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera
 y sencilla felicidad.
 
                                                                                         Cnossos, 1984
 
 
 
  

 

 EL  GO

Hoy, 9 de septiembre de 1978,
tuve en la palma un pequeño disco
de los trescientos sesenta y uno que se requieren
para el juego astrológico del go,
ese otro ajedrez del Oriente.
 
Es más antiguo que la más antigua escritura
y el tablero es un mapa del universo.
Sus variaciones negras y blancas
agotarán el tiempo.
 
En él pueden perderse los hombres
como en el amor y en el día.
 
Hoy 9 de septiembre de 1978,
yo, que soy ignorante de tantas cosas,
sé que ignoro una más,
y agradezco a mis númenes
esta revelación de un laberinto
que nunca será mío.
 
 
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