China: el trabajo esclavista

 

Me he permitido reproducir un artículo que creo interesante del siguiente blog:

http://peruacademico.blogspot.com

«La China postmaoísta se encuentra inmersa en su undécimo plan quinquenal, registrando unas buenas cifras a pesar de la crisis que atenaza a las economías mundiales. El mantenimiento de un crecimiento sostenido en torno al 7,5% anual hasta el año 2010 es el objetivo que el Primer Ministro Wen Jiabao intenta conseguir a toda costa, aunque sea utilizando los procedimientos menos ortodoxos. El fenómeno productivo chino no revela sólo la evidente capacidad del gobierno de Pekín para metabolizar y utilizar políticas liberales -mutando ‘genéticamente’ una economía estatalmente intervencionista en una capitalista, aunque bajo un estrecho control central– sino que evidencia el haber descubierto un sistema infalible para contener los costes de producción y deformar la competencia. Estamos hablando de la esclavitud.

Según diversos Informes, el 50% de la producción industrial y agrícola china se encuentra formada por un trabajo político-esclavista, sistema coordinado en su larga escala por una oficina gubernativa, el Departamento nº 610, encargado de las gestiones de todos los ‘campos de reeducación política’ del régimen, los tristemente conocidos como laogai. Es inútil subrayar como esta antiquísima aunque más que discutible práctica contribuye a desestabilizar las prácticas de la competencia entre el gigante asiático y las potencias industriales occidentales. Esta distorsión de la competencia se produce por el empleo de unos 20 millones de trabajadores ‘esclavos’ empleados en todos los sectores: de las canteras y la minería a la siderurgia, de la alimentación al textil, de la agricultura a la telemática y la informática (recordemos como ya hace tiempo el británico Mail on Sunday denunciaba el ‘empleo de esclavos’ en algunas fábricas chinas en las que se montaban los lectores MP3 más famosos)

En estos últimos años muchas fábricas chinas han ‘empleado’ muchos presos de los laogai y de las cárceles, lo que les ha reportado innumerables ventajas. Empresas como la Beijing Mickey Toys, la Lanzhou Zhenglin Nongken Food, la Jinan Tianyi Printing y la Qiqihaer Siyou Chemical Industry, han montado la casi totalidad de sus establecimientos no lejos de las penitenciarías de Pekín, Lanzhou, Jinan y Qiqihaer, de las cuales reclutan gratuita y abundante mano de obra que genera infernales jornadas productivas de 12 y 14 horas diarias durante siete días a la semana.

El fenómeno del ‘esclavismo made in China’ salió a la luz a finales de Diciembre de 2001 gracias a las investigaciones de Frederik Koller, corresponsal en Pekín de Le Temps de Ginebra, sobre la fabricación de una remesa de 110.000 conejitos de peluche encargada por una multinacional de la alimentación a la Mickey Toys de Pekín. Habiendo aparecido restos de sangre humana en la confección de los conejitos, el periodista decide investigar y descubre que la fábrica Mickey Toys estaba situada en Daxing, donde se alojaba el ‘campo de trabajo’ de Tiantanghe que suministraba ‘trabajadores’ a la juguetera.

La explotación esclavista china se ha disparado en los preparativos de los más que polémicos Juegos Olímpicos de 2008. Los activistas chinos pro derechos humanos se han infiltrado y han investigado las fábricas de productos olímpicos que han trabajado para el Comité Olímpico de Pekín. Estas fábricas han sido las autorizadas a fabricar los populares objetos de recuerdo en venta con el logotipo de los Juegos: bolsas, camisetas, pantalones, gorras, cuadernos, figuritas, lápices, bolígrafos, llaveros, etc. El marketing de estos objetos serigrafiados vale más de 70 millones de euros para los organizadores chinos de la Olimpíada. Pero este negocio se ha hecho en las ‘fábricas-lager’ donde se han explotado cruelmente a niños, en un clima de terror y desprecio de los más elementales derechos humanos y vulnerando incluso los modestos derechos de los trabajadores previstos en la legislación laboral china. Una pequeña niña china de 13 años, una pequeña ‘trabajadora-esclava’ que ha fabricado gadgets con el logo oficial para la Olimpíada de 2008, ha dicho: ‘He trabajado desde el alba hasta las dos de la madrugada. Estaba exhausta pero al día siguiente debía estar dispuesta a volver a empezar’.

Los activistas pro derechos humanos, después de largos meses de investigación, contactos secretos y entrevistas clandestinas con obreros presentan un cuadro cruel y dantesco en cuatro establecimientos claramente identificados: Lekit Stationery, Mainland Headwear Holdings, Eagle Leather Products y Yue Wing Light Cheong Lights Products. El trabajo de los menores es algo habitual, algunos niños y niñas tiene apenas 12 años y trabajan en las cadenas de montaje. Las jornadas de trabajo comienzan a las 7,30 de la mañana y duran hasta las 22,30 de la noche, durante los siete días de la semana y los treinta días del mes, sin descanso ni fiestas. Se realizan horas extraordinarias sin remunerar y los salarios ascienden a 20 céntimos de euro a la hora, la mitad del mínimo legal en vigor en la región del Guangdong.

En Shenzhen -la ciudad de la China meridional que ha conocido un boom industrial espectacular y que tiene la renta per cápita más alta de la zona- existe una empresa que produce bajo licencia oficial cincuenta objetos serigrafiados con el logo olímpico y que bate récords de irregularidades, según se denuncia en el informe PlayFair: los registros oficiales son sistemáticamente falsificados para hacer constar horarios más cortos y salarios más altos; los obreros se quejan de graves problemas de salud; accidentes laborales frecuentes; enfermedades de la piel por contacto directo con agentes químicos; dificultades respiratorias por el polvo tóxico…

Las autoridades policiales chinas han tenido la posibilidad de investigar y sacar a la luz todas las irregularidades, pero han preferido mirar hacia otra parte y tapar otras muchas ilegalidades y violaciones sistemáticas de los derechos humanos. La razón para no destapar las situaciones de esclavitud, en la mayoría de los casos, ha sido fácil de adivinar: muchas fábricas son propiedad directa o de familiares de jefes locales del partido comunista. Es difusa aunque más que evidente la complicidad y el silencio entre un sistema de capitalismo salvaje intervenido, la nomenklatura política, la policía y la judicatura.

Para el régimen comunista los Juegos de Pekín son una formidable operación de imagen que consagra un nuevo status del país como una nueva superpotencia global emergente y a la capital como una ciudad cosmopolita y moderna, amén de convertir a China en una suerte de fascinante destino turístico a nivel mundial. Para los miles de visitantes extranjeros que en estos días deambulan por Pekín, los Juegos han de ser el momento de que se hagan visibles todas las formas de disenso, de discrepancia social y de denuncia de los abusos y violaciones de los derechos humanos.»

 
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