por Giulio Meotti – (Periodista italiano)
En Feyenoord se ve por todas partes mujeres con velo que pasan velozmente como rayos por las calles del barrio. Evitan todo contacto, sobre todo con los hombres, hasta el contacto visual. Feyenoord tiene las dimensiones de una ciudad y conviven allí setenta nacionalidades. Es una zona que vive de subsidios y de la construcción popular de edificios, es aquí que se entiende más cómo Holanda – con todas sus normas antidiscriminatorias y con toda su indignación moral – es una sociedad completamente segregada. Rotterdam es nueva, fue bombardeada dos veces en la segunda guerra mundial por la Luftwaffe. Como Ámsterdam está bajo el nivel del mar, pero a diferencia de la capital no tiene encanto libertino. En Rotterdam son los vendedores árabes de alimento halal los que dominan la estética urbana, no los neones de las prostitutas. Por todas partes se ven casbah-cafés, agencias de viaje que ofrecen vuelos a Rabat y Casablanca, afiches de solidaridad con Hamas y lecciones de holandés a buen precio.
Es la segunda ciudad del país, una ciudad pobre, pero es también el motor de la economía con su gran puerto, el más importante de Europa. Es una ciudad de mayoría inmigrante, con la más alta e imponente mezquita de toda Europa. El sesenta por ciento de los extranjeros que llegan a Holanda vienen a vivir aquí. La cosa que impacta más llegando a la ciudad con el tren son estas enormes y fascinantes mezquitas sobre un paisaje verdísimo, lisonjero, boscoso, acuoso, como cuerpos extraños respecto al resto. La llaman «Eurabia». Es imponente la mezquita Mevlana de los turcos. Tiene los minaretes más altos de Europa, más altos incluso que el estadio del equipo de fútbol Feyenoord.
Rotterdam es una ciudad que tiene muchos barrios secuestrados por el islamismo más sombrío y violento. La casa de Pim Fortuyn sobresale como una perla en un mar de chador y niqab. Se encuentra en el número 11 de Bergerplein, detrás de la estación. De tanto en tanto alguien viene a traer flores delante de la casa del profesor asesinado en Ámsterdam el 6 de mayo del 2002. Otros dejan una tarjeta: «En Holanda se tolera todo, excepto la verdad». Fue un millonario de nombre Chris Tummesen quien adquirió la casa de Pim Fortuyn para que permaneciera intacta. La noche antes del homicidio Pim estaba nervioso, había dicho en televisión que se había creado un clima de demonización contra él y sus ideas. Y así ocurrió, con aquellos cinco golpes a la cabeza disparados por Volkert van der Graaf, un militante de la izquierda animalista, un muchacho delgado, calvinista, cabellos rasurados, ojos oscuros, vestido como ecologista puro, camisa hecha a mano, sandalias y medias de lana de cabra, vegetariano absoluto, «un muchacho impaciente por cambiar el mundo», dicen sus amigos.
En el centro de Rotterdam no hace mucho tiempo aparecieron fotos mortuorias de Geert Wilders, colocadas sobre un árbol, con una llama iluminando su próxima muerte. Hoy Wilders es el político más popular en la ciudad. Es el heredero de Fortuyn, el profesor homosexual, católico, ex marxista que había lanzado un partido para salvar el país de la islamización. En su funeral faltaba solamente la reina Beatriz, porque el adiós al «divino Pim» sea un funeral de rey. Antes lo convirtieron en un monstruo (un ministro holandés lo llamó «untermensch», subhumano a lo nazista), luego lo idolatraron. Las prostitutas de Ámsterdam depusieron una corona de flores en el obelisco de los caídos en la plaza Dam.
«The Economist», semanario muy distante de las tesis anti-islámicas de Wilders, hace tres meses hablaba de Rotterdam como de una «pesadilla eurábica». Para gran parte de los holandeses que viven allí, el islamismo es hoy un peligro más grande que el Delta Plan, el complicado sistema de diques que previene la inundación del mar, como la que en 1953 causó dos mil muertos. La pintoresca ciudadela de Schiedam, pegada a Rotterdam, ha sido siempre una joya en la inmigración holandesa. Luego el aura de fábula se desvaneció, cuando en los diarios hace tres años se convirtió en la ciudad de Farid A., el islamista que amenazaba de muerte a Wilders y la disidente somalí Ayaan Hirsi Ali. Desde hace 6 años Wilders vive 24 horas al día bajo la protección de la policía.
En Rotterdam los abogados musulmanes también quieren cambiar las reglas del derecho, pidiendo el poder quedarse sentados cuando entra el juez. Reconocen solamente a Alá. El abogado Mohammed Enait acaba de negarse a ponerse de pie cuando entraron los magistrados, diciendo que «el Islam enseña que todos los hombres son iguales». La corte de Rotterdam reconoció el derecho de Enait de quedarse sentado: «No existe ninguna obligación jurídica que imponga a los abogados musulmanes ponerse de pie frente a la corte, en cuanto tal gesto está en oposición con los dictámenes de la fe islámica». Enait, cabeza del estudio legal Jairam Advocatem, ha explicado que «considera a todos los hombres iguales y no admite ninguna forma de homenaje respecto a ninguno». Todos los hombres, pero no todas las mujeres. Enait es conocido por su rechazo a estrechar la mano a las mujeres, que muchas veces ha declarado preferirlas con el burqa. Y en Rotterdam se ven muchas con burqa.
Que Eurabia viva ya en Rotterdam lo ha demostrado un caso ocurrido en abril en el Zuidplein Theatre, uno de los más prestigiosos en la ciudad, un teatro modernista, orgulloso de «representar la diversidad cultural de Rotterdam». Surge en la parte meridional de la ciudad y recibe fondos de la municipalidad, dirigida por el musulmán e hijo de imán Ahmed Aboutaleb. Hace tres semanas el Zuidplein ha estado de acuerdo en reservar un palco entero a las mujeres, en nombre de la sharia. No sucede en Pakistán o en Arabia saudita, sino en la ciudad de la que partieron a los Estados Unidos los Padres Fundadores. Aquí los peregrinos puritanos se embarcaron con la Speedwell, que luego cambiaron por la Mayflower. Aquí se inició la aventura americana. Hoy la sharia está legalizada.
En ocasión del espectáculo del musulmán Salaheddine Benchikhi, el Zuidplein Theatre acogió su solicitud de reservar para las mujeres las primeras cinco filas. Salaheddine, editorialista del sitio web Morokko.nl, es conocido por su oposición a la integración de los musulmanes. El consejo municipal lo aprobó: «Según nuestros valores occidentales la libertad de vivir la propia vida en función de las propias convicciones es un bien precioso». También un portavoz del teatro ha defendido al director: «Los musulmanes son un grupo difícil de lograr de que vengan al teatro, por esto estamos prestos a adaptarnos».
Otro que ha estado presto a adaptarse es el director Gerrit Timmers. Sus palabras son bastante sintomáticas de lo que Wilders llama «autoislamización». El primer caso de autocensura ocurrió precisamente en Rotterdam, en diciembre del 2000. Timmers, director del grupo teatral Onafhankelijk Toneel, quería poner en escena la vida de la mujer de Mahoma, Aisha. Pero la obra fue boicoteada por los actores musulmanes de la compañía cuando fue evidente que habría sido un blanco de los islamistas. «Somos entusiastas respecto a la obra, pero reina el miedo», le dijeron los actores. El compositor, Najib Cherradi, comunicó que ser retiraría «por el bien de mi familia». El diario «Handelsblad» lo tituló así: «Teherán sobre el Mosa», el dulce río que baña Rotterdam. «Tenía cantantes musulmanes», cuenta Timmers. «Luego me dijeron que era un tema peligroso y que no podían participar porque habían recibido amenazas de muerte. En Rabat salió un artículo en el que se dijo que habríamos terminado como Salam Rushdie. Para mi era más importante continuar el diálogo con los marroquíes más que provocarlos. Por esto no veo ningún problema si los musulmanes quieren separar a los hombres de las mujeres en el teatro».
Encontramos al director que ha traído la sharia a los teatros holandeses, Salaheddine Benchikhi. Es un joven, moderno, orgulloso, habla inglés perfecto. «Yo defiendo la elección de separar a los hombres de las mujeres para que aquí esté vigente la libertad de expresión y de organización. Es una discriminación si es que las personas no pueden sentarse donde quieren. Hay dos millones de musulmanes en Holanda y quieren que nuestra tradición sea pública, todo evoluciona. El alcalde Aboutaleb me ha apoyado».
Hace un año la ciudad entró en fibrilación cuando los diarios dieron a conocer una carta de Bouchra Ismaili, consejero de la alcaldía de Rotterdam. «Escuchen bien, locos, estamos aquí para quedarnos. Ustedes son los extranjeros aquí, con Alá de mi lado no temo a nada, dejen que les de un consejo: conviértanse al Islam y encontraréis la paz». Sólo hace falta dar una vuelta por las calles de la ciudad para entender que en muchos barrios ya no estamos en Holanda. Es un pedazo del Medio Oriente. En algunas escuelas hay una «habitación del silencio» donde los alumnos musulmanes, la mayoría, pueden rezar cinco veces al día, con un póster de la Meca, el Corán y un baño ritual antes de la oración. Otro consejero musulmán del la municipalidad, Brahim Bourzik, quiere hacer diseñar en diferentes puntos de la ciudad señales para que uno se pueda arrodillar en dirección a la Meca.
Sylvain Ephimenco es un periodista franco-holandés que vive en Rotterdam desde hace doce años. Ha sido por veinte años corresponsal de la «Libération» de Holanda y está orgulloso de sus credenciales de izquierda. «Aunque ya no creo más en ello», dice acogiéndonos en su casa que da a un pequeño canal de Rotterdam. No lejos de aquí se encuentra la mezquita Nasr del imán Khalil al Moumni, que con ocasión de la legalización del matrimonio gay definió a los homosexuales «enfermos peores que los cerdos». Desde fuera se ve que la mezquita tiene más de veinte años, construida por los primeros inmigrantes marroquíes. Moumni ha escrito un libro pequeño que da vueltas en las mezquitas holandesas, «El camino del musulmán», en el que explica que a los homosexuales se les debe arrancar la cabeza y «hacerla colgar del edificio más alto de la ciudad» Junto a la mezquita al Nasr nos sentamos en un café sólo para hombres. Frente a nosotros hay un matadero halal, islámico. Ephimenco es autor de tres ensayos sobre Holanda y el Islam, y hoy es un famoso columnista del diario cristiano de izquierda «Trouw». Tiene la mejor perspectiva para entender una ciudad que, quizá también más que Ámsterdam, encarna la tragedia holandesa.
«No es para nada verdad que Wilders recoge votos de las periferias, todos saben aunque no lo dicen», nos dice. «Hoy Wilders es votado por la gente culta, incluso si al inicio era la Holanda baja de los tatuajes. Son muchos los académicos y la gente de izquierda que votan por él. El problema son todos estos vestidos islámicos. Detrás de mi casa hay un supermercado. Cuando llegué no había un solo velo. Hoy en las cajas sólo hay mujeres musulmanas con el chador. Wilders no es Haider. Hay una posición de derecha, pero también de izquierda, es un típico holandés. Aquí tenemos también horas en la piscina sólo para mujeres musulmanas. Es este el origen del voto para Wilders. Se debe detener la islamización, la locura del teatro. En Utrecht hay una mezquita donde se dan servicios municipales separados para hombres y mujeres. Los holandeses tienen miedo. Wilders está en contra el Frankenstein del multiculturalismo. Yo que era de izquierda, pero que hoy no soy más nada, digo que hemos alcanzado el límite. He sentido traicionarse los ideales del iluminismo con este apartheid voluntario, en mi corazón siento morir los ideales de la igualdad de hombres y mujeres y la libertad de expresión. Aquí hay una izquierda conformista y la derecha tiene una mejor respuesta al loco multiculturalismo».
En la Erasmus University de Rotterdam enseña Tariq Ramadan, el célebre islamista suizo que es también consultor especial de la municipalidad. Quien le sacó a Ramadan declaraciones criticas sobre los homosexuales fue la más célebre revista gay de Holanda, «Gay Krant», dirigida por un locuaz periodista de nombre Henk Krol. En un videocasete, Ramadan define la homosexualidad «una enfermedad, un desorden, un desequilibrio». En la cinta Ramadan tiene también para las mujeres: «por la calle deben tener la mirada fija en el piso». El partido de Wilders ha pedido que se disuelva la junta municipal y que se expulse al islamista de Ginebra, que en cambio ha visto duplicarse el contrato por otros dos años. Esto sucedía mientras al otro lado del océano la administración Obama confirmaba la prohibición de ingreso de Ramadan en el territorio de los Estados Unidos. Entre las cintas en posesión de Krol hay una en la que Ramadan dice a las mujeres: «Alá tiene una regla muy importante: si tratas de llamar la atención a través del uso de perfume, a través de tu aspecto o de tus gestos, no estás en la dirección espiritual correcta».
«Cuando fue asesinado Pim Fortuyn fue un shock para todos, porque un hombre fue asesinado por lo que decía», nos dice Krol. «Ese ya no era mi país. Aún estoy pensando dejar Holanda, pero ¿dónde podría ir? Aquí hemos sido críticos de todo, de la Iglesia católica así como de la protestante. Pero cuando hemos hecho críticas al Islam nos han respondido: ¡están creando nuevos enemigos!». Según Ephimenco, es la calle el camino secreto del éxito de Wilders: «En Rotterdam hay tres mezquitas enormes, una es la más grande de Europa. Hay siempre más velos islámicos y un impulso islamista que viene de las mezquitas. Conozco a muchos que han dejado el centro de la ciudad y van a la periferia rica y blanca. Mi barrio es pobre y negro. Es una cuestión de identidad, en las calles ya no se habla holandés, sino árabe o turco».
Encontramos al hombre que ha heredado la rúbrica de Fortuyn en el diario «Elsevier», se llama Bart Jan Spruyt, es un joven y robusto intelectual protestante, fundador de la Edmund Burke Society, pero sobre todo autor de la «Declaración de independencia» de Wilders, de quien ha sido colaborador desde el inicio. «Aquí un inmigrante no tiene necesidad de luchar, estudiar, trabajar, puede vivir a expensas del Estado», nos dice Spruyt. «Hemos terminado por crear una sociedad paralela. Los musulmanes son mayoría en muchos barrios y piden la sharia. No es más Holanda. Nuestro uso de la libertad ha terminado por repercutir contra nosotros, es un proceso de autoislamización».
Spruyt era gran amigo de Fortuyn. «Pim dijo lo que la gente sabía desde hace décadas. Atacó el stablishment y a los periodistas. Fue un gran alivio popular cuando entró en política, lo llamaban el ‘caballero blanco’. La última vez que hablé con él, una semana antes de que fuera asesinado, me dijo que tenía una misión. Su muerte no fue el gesto de un loco solitario. En febrero del 2001 Pim anunció que quería cambiar el primer artículo de la constitución holandesa sobre la discriminación porque – según Pim, y tenía razón – mata la libertad de expresión. El día siguiente en las iglesias holandesas, por lo demás vacías y usadas para reuniones públicas, fue leído el diario de Anna Frank como amonestación para Fortuyn. Pim era verdaderamente católico, más de cuanto nosotros pensamos, en sus libros hablaba contra la actual sociedad sin padre, sin valores, vacía, nihilista».
Chris Ripke es un artista conocido en la ciudad. Su estudio está cerca a una mezquita en Insuindestraat. Consternado en el 2004 por el homicidio del directo Theo Van Gogh a manos de un islamista holandés, Chris decidió pintar un ángel en el muro de su estudio y el mandamiento bíblico «Gij zult niet doden», no matarás. Los vecinos en la mezquita encontraron el texto «ofensivo» y llamaron al entonces alcalde de Rotterdam, el liberal Ivo Opstelten. El alcalde ordenó a la policía eliminar la pintura porque era «racista». Wim Nottroth, un periodista de televisión, se puso en frente como un signo de protesta. La policía lo arrestó y la filmación fue destruida. Ephimenco hizo lo mismo en su ventana: «Puse una gran tela blanca con el mandamiento bíblico. Vinieron los fotógrafos, la radio. Si no se puede escribir ‘no matarás’ en este país, entonces quiere decir que estamos todos en prisión. Es como el apartheid, los blancos viven con blancos y los negros con los negros. Hay un gran frío. El islamismo quiere cambiar la estructura del país». Para Ephimenco parte del problema es la descristianización de la sociedad. «Cuando llegué aquí, en los años sesenta, la religión estaba muriendo, un hecho único en Europa, una colectiva descristianización. Luego los musulmanes han vuelto a traer la religión al centro de la vida social. Ayudados por la elite anticristiana».
Salimos para dar una vuelta entre los barrios islamizados. En Oude Westen se ven solamente árabes, mujeres con velo de la cabeza a los pies, negocios de alimentos étnicos, restaurantes islámicos y shopping center de música árabe. «Hace diez años no había todos estos velos», dice Ephimenco. Detrás de su casa, una frondosa zona burguesa con casas de dos pisos, hay un barrio islamizado. Por todas partes signos musulmanes. «Mira cuantas banderas turcas, allí hay una iglesia importante, pero está vacía, ya no va nadie». Al centro de una plaza se alza una mezquita con escritos árabes. «Antes era una iglesia». No lejos de aquí está el más hermoso monumento de Rotterdam. Es una pequeña estatua en granito de Pim Fortuyn. Bajo la cabeza en bronce brillante, la boca que da un último discurso a favor de la libertad de palabra, hay una escritura en latín: «Loquendi libertatem custodiamus», custodiemos la libertad de palabra. Cada día alguien deja flores.