Matsuo Basho nació en la provincia de Iga, Japón, en 1644, hijo de un samurai.
Fúe el más famoso poeta artífice de haikús y realizó varios viajes a través del país, dejando testimonio escrito de su deambular.
En el momento actual, en que el norte de Japón ha sido destruido por ese gran tsunami, el relato del peregrinaje que realizó Basho por esa misma región hace más de 300 años de alguna forma rescata para nosotros la belleza aún intocada del mundo, la naturaleza recóndita antes de ser arrollada por la máquina.
Siguiendo las Sendas de Oku, y con un compañero de viaje, Sora, realizaron la travesía hacia los confines del remoto norte del país: Sakata, Hiraizumi, Sendai (actualmente destruida) …
Ambos viajeros vestían hábito budista, y peregrinaron por santuarios, paisajes, templos, ruinas.. un peregrinaje que era a la vez iniciático, una búsqueda interior y también una descripción poética de todo lo que presenciaban.
He aquí algunos pasajes:
«Sendas de Oku
Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el que viene también son viajeros. Para aquellos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos, todos los días son viaje y su casa misma es viaje. … Después de haber recorrido la costa durante el otoño pasado, volví a mi choza a orillas del río y barrí sus telarañas. Allí me sorprendió el término del año; entonces me nacieron ganas de cruzar el paso Shirakawa y llegar a Oku cuando la niebla cubre cielo y campos. ….. Remendé mis pantalones rotos, cambié las cintas de mi sombrero de paja y unté moka quemada en mis piernas para fortalecerlas. La idea de la luna en la isla de Matsushima llenaba todas mis horas»
«Partida
Salimos el veintisiete del tercer Mes. El cielo del alba envuelto en vapores; la luna en menguante y ya sin brillo; se veía vagamente el monte Fuji. La imagen de los ramos de los cerezos en flor de Ueno y Yanaka me entristecio y me pregunté si alguna vez volvería a verlos. Cuando desembarcamos en el lugar llamado Senju, pensé en los tres mil ri de viaje que me aguardaban y se me encogió en corazón …»
«Cuatro o cinco días en Sendai
Cruzamos el río Natori y llegamos a Sendai. Era el día en que adornan los tejados con hojas de lirios cárdenos. … En esta villa vive un pintor llamdo Kaemon. Nos habían dicho que era un hombre sensible; lo busqué y nos hicimos amigos. .. Un día me llevó a visitar un lugar famoso mencionado por los antiguos poetas: en Miyagino los campos estaban cubiertos de hagi e imaginé su hermosura en otoño; en Tamada y Yokono, lugares renombrados por sus azaleas, florecía el asebi; penetré en un bosque de pinos adonde no llegaba ni una brizna de sol, paraje que llaman «Penumbra de árboles», lleno de humedad por el rocío de la arboleda.
Después de orar en el templo de Yakusi-yi y en el santuario de Tenjin, contemplamos la puesta de sol. El pintor me regaló pinturas de paisajes de Matsushima y también, como despedida, dos pares de sandalias de cordones azules. Su gusto era perfecto y en esto se reveló tal cual era:
Pétalos de lirios atarán mis piés correas de mis sandalias!
«El templo de Zuigan Ishinomaki
El día once practicamos nuestras devociones en el templo de Zuigan. El trigésimo segundo patriarca, Heishiro de Makabe, a su regreso de China, fundó este templo. Después, gracias al Maestro de Zen, el bonzo Ungo, se hermosearon los edificios principales, resplandecieron sus oros y azules y el templo se convirtió en una construcción que parece la réplica del Paraíso»
«El monte Ooyama
El dueño de la posada nos advirtió que el camino hacia la provincia de Dewa no era muy seguro, pues había que cruzar el monte Ooyama, y nos recomendó que contratásemos un guía. Como asintiésemos, él mismo se encargó de conseguirlo y al poco tiempo se presentó con un rollizo joven, daga curva al cinto y en la diestra un grueso bastón de roble. El mocetón marchaba delante de nosotros. Mientras trotaba a su zaga, me decía: «ahora sí de seguro nos acecha un percance». La montaña era abrupta y hostil. Ni el grito de un pájaro atravesaba el silencio ominoso; al caminar bajo los árboles la espesura del follaje era tal que de veras andábamos entre tinieblas; a veces parecía caer tierra desde las nubes. Hollamos matas de bambú enano, vadeamos riachuelos, tropezamos con peñascos y, con el sudor helado en el cuerpo, culebreamos sin parar hasta llegar a la villa de Mogami. Al despedirse, el guía nos dijo sonriendo; «en este camino siempre suceden cosas inesperadas y ha sido una fortuna traerlos aquí sin contratiempos». Aún me dan frío sus palabras»
«Una noche en Ichiburi
Después de atravesar los lugares más abruptos del país del norte, me sentí agotado y me acosté enseguida. En la habitación contigua se oían voces que parecían ser de dos mujeres; después se les unió la de un anciano. Al escucharlas, adiviné que se trataba de cortesanas de Niigata; se dirigían al Santuario de Ise y el viejo las había acompañado hasta Ichiburi; al día siguiente regresaría aquel hombre a su tierra y ellas escribían recados y le daban pequeños encargos. Casi dormido seguía oyendo sus conversaciones: «somos hijas de pobres pescadores, esas que llaman «blancas olas que corren a su ruina al caer sobre la playa»; cada noche una unión distinta y ninguna duradera, no hay promesas ciertas, malhaya sea nuestra suerte, ¿Qué hicimos en nuestras vidas pasadas para merecer esto? A la mañana del otro día, al salir de nuestro albergue, nos dijeron llorando: «no conocemos el camino y nos da miedo el largo viaje; quisieramos seguirlos, aunque sea a distancia; sean benévolos, llevan ropas de monjes peregrinos, ayúdenos a encontrar la senda de Buda». Sentí piedad pero las dejamos diciéndoles: «Nos da mucha pena: tenemos que visitar muchos lugares y sería mejor que ustedes se uniesen a otros viajeros. Anden tranquilas, los dioses las protegen y las harán llegar sanas y salvas a su destino». Y al despedirlas con estas palabras apenas podía contener mi compasión. Dije a Sora este poema y él lo escribió en su libro:
Bajo un mismo techo durmieron las cortesanas, la luna y el trébol
«El Santuario de Tada
Visitamos el Santuario de Tada, que guarda el yelmo y parte de la armadura de Sanemori. Dicen que fue un regalo de Yoshimoto Minamoto, cuando Sanemori pertenecía al clan de Minamoto. En efecto, no son armas de un simple samurai. En la visera y las partes laterales del yelmo está grabada una guirnalda de crisantemos de oro; el frente ostenta una cabeza de dragón, junto con dos cuernos salientes en forma de arado. Se cuenta que, muerto Sanemori, las dos reliquias fueron enviadas al Santuario, con una carta suplicatoria, por el mismo que lo mató, Kiso Yoshimaka»
La distancia que me separaba de Fukui era sólo de tres ri, de modo que después de la cena me puse en camino. La caminata en el crepúsculo fue lenta. En Fukui vive un anciano ermitaño llamado Tosai. Hace ya mucho, tal vez unos diez años, fue a Edo a visitarme. Aunque temía que estuviese muy viejo o que hubiese muerto ya, pregunté por él a la gente. Me enseñaron el lugar donde aún vivía. Su morada se hallaba situada en las afueras de la ciudad: era una casita extraña, cubierta de enredaderas de flores de yugao, hechima, feito y hahakigi. Las ramas cubrían la puerta. «Aquí debe sr», pensé. Llamé y salió una mujer de humilde apariencia, que me dijo: «¿De dónde viene usted reverendo? Mi dueño se fue a casa de un señor que vive cerca. Si quiere verlo búsquelo allá». Parecía una de esas figuras de los cuentos antiguos y presumí que era su esposa. Busqué a mi amigo, lo encontré y pasé dos noches en su casa. Al despedirme, le dije que deseaba ver la luna llena en el puerto de Tsuruga. Por toda respuesta Tosai dobló la falda de su kimono y, muy contento de ser mi guía se fue conmigo»
Bajo mi ventana la luna en los tejados y las sombras chinescas y la música china de los gatos
Miro en tus ojos, caballito del diablo, montes lejanos
Año del tigre: niebla de primavera ¡también rayada!
Peces voladores: al golpe del oro solar estalla en astillas el vidrio del mar
Bajo las abiertas campanulas comemos nuestra comida nosotros que sólo somos hombres
Luna montañesa: también iluminas al ladrón de flores
Sobre el tejado flores de castaño. El vulgo las ignora
¡Qué cortesía! hasta la nieve es fragante en Minamidani
Tendido fluye del mar bravo a la isla: río de estrellas
Ando y ando. Si he de caer, que sea entre los tréboles