Días de Ocio en el País del Yann.
«Sabíamos que pronto llegaríamos a Mandaroon. Luego que hubimos comido, apareció Mandaroon. Entonces, el capitán dio sus órdenes, y los marineros arriaron de nuevo las velas mayores y el navío viró, y dejando el curso del Yann, entró en una dársena bajo los rojos muros de Mandaroon. Mientras los marineros entraban a recoger frutas, yo me quedé solo a la puerta de Mandaroon. Un centinela de luenga barba blanca estaba a la puerta armado de una herrumbrosa lanza. Llevaba unas grandes antiparras cubiertas de polvo. A través de la puerta ví la ciudad. Una quietud de muerte reinaba en ella. Las calles parecían no haber sido holladas, y el musgo creía espeso en el umbral de las puertas; en la plaza del mercado dormían confusas figuras. Un olor de incienso venía con el viento hacia la puerta, incienso de quemadas adormideras, y oíase el eco de distantes campanas. Dije al centinela en la lengua de la región del Yann: «¿Porqué están todos dormidos en esta callada ciudad?»
El contestó: «Nadie debe hacer preguntas en esta puerta, porque puede despertarse la gente de la ciudad. Porque cuando la gente de esta ciudad se despierte, morirán los dioses. Y cuando mueran los dioses, los hombres no podrán soñar más»
……………
«.. Había muchas maravillas en Perdondaris, y allí me hubiera quedado a verlas, mas al llgar a la otra muralla de la ciudad vi de repente una inmensa puerta de marfil. Me detuve un momento a mirarla, y acercándome percibí la espantosa verdad ¡La puerta estaba tallada de una sola pieza!
Huí precipitadamente y bajé al barco, y en tanto que corría creí oir a lo lejos, en los montes que dejaba a mi espalda, el pisar del espantoso animal que había segregado aquella masa de marfil, el cual, tal vez entonces, buscaba su otro colmillo. Cuando me ví en el barco, me consideré salvo, pero oculté a los marineros cuanto había visto.
El capitán salía entonces poco a poco de su sueño. Ya la noche venía rodando del Este y del Norte, y sólo los pináculos de las torres de Perdondaris se encendían al sol poniente. Me acerqué al capitán y le conté tranquilamente las cosas que había visto. El me preguntó al punto sobre la puerta, en voz baja, para que los marineros no pudieran saberlo; y yo le dije que su peso era tan enorme, que no podía haber sido acarreada de lejos, y el capitán sabía que hacía un año no estaba allí. Estuvimos de acuerdo en que aquel animal no podia haber sido muerto por asalto de ningún hombre, y que la puerta tenía que ser de un colmillo caido, y caído allí cerca y recientemente. Entonces resolvió que mejor era huír al instante; mandó zarpar, y los marineros se fueron a las velas, otros levaron el ancla, y justo en el instante en que el más alto pináculo de mármol perdía el último rayo de sol, dejamos Perdondaris, la famosa ciudad. Cayó la noche y envolvió a Perdondaris, y la ocultó a nuestros ojos, los cuales no habrán de verla nunca más, porque yo he oído después que algo maravilloso y repentino había hecho naufragar a Perdondaris en un solo día con sus torres y sus murallas y su gente»