HENRY DAVID THOREAU, el primer ecologista

(Massachusetts 1817 – 1862)

Pacifista, predicó la «desobediencia civil». Vivió algún tiempo en un bosque (Walden Pond) dedicándose al estudio de la naturaleza. Preconizaba (con una filosofía no exenta de ingenuidad y purismo) una vuelta a las raices, a la simplicidad, para detener el exceso de civilización que destruía la naturaleza.

Estas son algunas de sus frases:

«De qué sirve una casa sino se cuenta con un planeta tolerable donde situarla»
 
«Una vez tuve un gorrión posado en mi hombro por un momento mientras yo estaba cavando en un jardín del campo, y sentí que era más distinguido por ese suceso de lo que hubiera sido por cualquier charretera que hubiera podido llevar»
 
«Lo que un hombre piensa de sí mismo, esto es lo que determina, o más bien indica, su destino»
 
«Si has construído castillos en el aire, tu trabajo no se pierde; ahora coloca las bases debajo de ellos»
 
«El hombre es rico en proporción a la cantidad de cosas de las que puede prescindir»
 
«El mundo no es sino un lienzo para nuestra imaginación»
 
«El tiempo no es sino la corriente en la que estoy pescando»
 
«Creo que deberíamos ser hombres primero y ciudadanos después»
 
 

Hablando de Walden Pond:

Las lagunas White y Walden son grandes cristales en la faz de la Tierra, Lagos de Luz. Si estuvieran siempre heladas y fueran lo bastante chicas para poder ser empuñadas, serían probablemente transportadas por esclavos a fin de adornar, como piedras preciosas, las frentes de los emperadores; pero como son líquidas y extensas, y están sujetas por una eternidad a nosotros y a nuestros herederos, no las apreciamos y corremos, en cambio, tras el diamante de Koinoor. Son demasiado virginales para tener un valor en el mercado; no contienen dinero alguno. ¡Cuánto más bellas son ellas que nuestras vidas, cuánto más transparentes que nuestros caracteres! ¡Jamás hemos aprendido de ellas bajeza alguna! ¡Cuánto más bellas que el lodazal situado ante la puerta del campesino, en el que nadan sus patos! Aquí llegan los patos salvajes. La Naturaleza no tiene un habitante humano que la aprecie.
Las aves, con sus melodías y su plumaje, armonizan con las flores; ¿pero qué muchacho, qué doncella concursa con la riquísima y salvaje belleza de la Naturaleza? Las más de las veces esta florece solitaria, lejos de las ciudades en las que esos jóvenes residen. ¡Hablad del cielo, vosotros que deshonráis a la Tierra! (…)
 
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