Entre todos los films sobre espías que se han realizado, hay dos títulos que destacan de forma innegable: Operación Cicerón y El hombre que nunca existió.
Los dos están basados en hechos reales; y ya sabemos que la ficción copia a la vida: nada hay más fantástico que aquellas historias que verdaderamente han sucedido.
James Mason, un elegante actor inglés que dotaba a sus personajes de un halo enigmático, a veces con toques siniestros o teñidos de ironía. Esta es una de sus mejores interpretaciones: un espía del que jamás nadie llegará a sospechar pues los seres humanos somos muy dados a clasificar a los demás por el «papel» que ocupan en la sociedad sin cuestionarnos nada.
El personaje es un compendio de ambición, capacidad de simulación, inteligencia, carencia de principios, pero también una gran dosis de vanidad que es su punto débil: un simple mayordomo de humilde origen engañando a diplomáticos de altas esferas y aristócratas.
Fotografía y escenas con tintes de cine negro y actuaciones contenidas en el resto de los personajes.
EL HOMBRE QUE NUNCA EXISTIÓ
La historia de una operación llevada a cabo por el Servicio de Inteligencia británico durante la II Guerra Mundial, que parece un imposible. Así comienza el film, con una voz en off:
«Tuve anoche un sueño dantesco. Mas allá de la isla de Skye, ví a un muerto ganar una batalla … y creo que ese muerto era yo»El film persigue a través de la trama mostrar como la victoria sobre Alemania caminó a veces sobre el filo de una navaja, exigiendo grandes dosis de imaginación, audacia y fe.
Clifton Webb realiza, como casi siempre, una magistral interpretación de su personaje, cerebral, irónico, meticuloso y eficiente; Stephen Boyd aporta, por contraste, intensidad, y un atractivo cargado de amenaza.
Gloria Grahame, musa del cine negro, en un papel lleno de sentimiento y dramatismo.